WOODROW WILSON

Raras son las personas que tienen la capacidad de cambiar el rumbo de la gobernanza mundial. Cierto es que Robespierre y Napoleón, Hitler o Stalin, por sólo citar algunos ejemplos, cambiaron profundamente la naturaleza del paisaje geoestratégico global, pero sus razones siempre estuvieron ligadas a las ambiciones que ellos alimentaban en relación a su nación. Paralelamente algunos pensadores, Marx en particular, también tuvieron un peso importante sobre los acontecimientos, pero de una manera indirecta relacionada con el modo en que otros interpretaron y aplicaron sus ideas. Junto con Hugo Grocio, cuya presentación sintética del derecho de gentes (derecho internacional) inspiró a los artífices del orden westfaliano en el siglo XVII, el presidente Thomas Woodrow Wilson puede jactarse de haber modificado voluntariamente el orden internacional, fijándose como objetivo último el establecimiento de una paz duradera. Pero contrariamente a Grocio, que no tenía ningún poder político, Wilson pudo proponerse esta tarea cuando estaba a la cabeza de uno de los países más poderosos del momento.

En un principio nada dejaba prever que este presbiteriano del Sur de Estados Unidos llegara a estar al mando de una gran potencia. Nacido en Virginia en 1856, poco antes de la guerra de Secesión, mientras que Estados Unidos se hallaba al borde de la implosión, Wilson se orientó hacia una carrera universitaria. Profesor de ciencias políticas en la Universidad de Princeton, se convierte en presidente de la misma antes siquiera de estar convencido de lanzarse en la política. Su ascenso es fulgurante: siendo todavía presidente de Princeton en 1910, es electo gobernador de New Jersey en 1911 y luego presidente de Estados Unidos en 1912. En 1916 es reelecto después de una campaña centrada en su negación a intervenir en Europa, pero poco tiempo después de asumir el cargo Wilson se encuentra sin más opción que la de mandar tropas estadounidenses para los Aliados. Después de la victoria, será uno de los artífices de la paz y el principal motor detrás del establecimiento de la Sociedad de las Naciones. La enfermedad y sus disgustos políticos con el Senado de EEUU le impedirán llevar a cabo sus iniciativas y tendrán consecuencias graves. A pesar de todo, sus ideas tendrán un impacto duradero sobre las relaciones internacionales, así como también sobre la ideología política estadounidense. El “Internacionalismo wilsoniano” se convertirá en una de las tres grandes corrientes ideológicas estadounidenses, junto con el aislacionismo y la realpolitik inspirada por Theodore Roosevelt, que se enfrentan con dureza para decidir la orientación política de los Estados Unidos en el exterior.

Tildado con frecuencia peyorativamente de idealista, Wilson estuvo en los orígenes de dos proyectos importantes: la Sociedad de las Naciones y el derecho de los pueblos a la autodeterminación. El primer proyecto constituyó el primer intento de coordinar las relaciones de fuerza internacionales a través de un sistema de seguridad colectiva (más que de equilibrio). La evocación en sus famosos “Catorce Puntos” de un derecho de los pueblos a la autodeterminación (punto 5) infundió cierta legitimidad, inexistente hasta ese entonces, a los movimientos de liberación nacional y al proceso de descolonización.

Woodrow Wilson introdujo también el tema de los derechos humanos en la política internacional, considerando que “todas las naciones del mundo deberían estar gobernadas según los mismos principios de honor y de respeto que rigen a los ciudadanos de los Estados modernos”. (Discurso del 4 de julio de 1918 en Mount Vernon). De ese modo impuso una dimensión ética en un espacio que hasta ese momento había sido amoral, dimensión que desde ese momento sigue amplificándose. En este ámbito, su influencia sobre otros presidentes norteamericanos como F. Roosevelt, Kennedy, Carter, pero también Reagan, nunca se desmintió con el correr del tiempo y un siglo después de los hechos, sus ideas y su herencia política en la materia siguen teniendo importantes efectos sobre la arquitectura de la gobernanza mundial.

Pero el balance sigue siendo controvertido. Padre fundador de la SDN, no tuvo la capacidad de hacer que Estados Unidos adoptara su proyecto, lo cual le quitó toda esperanza a la SDN de poder regular los asuntos internacionales y garantizar la paz global, mientras que la ilusión de que un verdadero sistema de gobernanza estaba instalado contribuyó al desmoronamiento del escenario internacional en los años treinta. La ONU, que sucedió a la SDN, fue concebida por Franklin Roosevelt tomando a esta última de contraejemplo y las debilidades de las Naciones Unidas pueden atribuirse en parte al hecho de que Roosevelt quiso evitar el error de Wilson, a su entender demasiado idealista.

De manera más general, sus numerosos detractores reprochan a Wilson el hecho de no haber sabido distinguir entre sus ideales y sus capacidades para realizarlos. De algún modo, Wilson fue el símbolo y la fuente de la extrema tensión que enfrentó, después de 1918, a los partidarios de un retorno a una política de potencias más convencional pero más previsibles contra los adeptos a la construcción de un sistema de gobernanza mundial basado en principios morales universales. El cataclismo de la Segunda Guerra Mundial marcó la victoria de los primeros, pero el desmoronamiento de la URSS y luego el fin de la Guerra Fría hizo recobrar fuerza a los segundos, los wilsonianos que ya habían conocido un resurgimiento con la elección de Jimmy Carter a la presidencia de EEUU (1976 – 1980). En la actualidad, el debate en torno a la gobernanza mundial, particularmente el que se refiere a las normas universales, perpetúa una tradición iniciada en el plano intelectual en Europa por los filósofos del siglo de las Luces -especialmente por el Abate de Saint-Pierre, Jean-Jacques Rousseau e Immanuel Kant- y que el presidente Wilson fue el primer dirigente a poner sobre la mesa de la política mundial.