AMISTAD

En el lenguaje político común a menudo se escucha hablar de amistad, en particular de “amistad entre los pueblos”, pero sin que ese concepto sea verdaderamente detallado. La realidad es que el debate sobre la amistad, en particular en su relación con la política, es mucho menos fecundo en la actualidad que en el pasado. En la Antigüedad, para Aristóteles, la amistad era considerada como el vínculo social que servía de base a la organización política de la polis. Los ciudadanos de la polis mantenían lazos de amistad sólidos y duraderos y era lógico que, en ese contexto, la amistad sirviera de modelo social más que la familia por ejemplo. Por esa razón, el modelo de la amistad era resueltamente igualitario -al menos entre ciudadanos-, basado en la virtud, la benevolencia y la generosidad, más que en la autoridad y la lealtad como en el caso del modelo confuciano desarrollado más o menos en la misma época en China.

Aristóteles en su Ética a Nicómaco, dice: “Podríamos llegar a afirmar que la amistad es el vínculo de los Estados, y que los legisladores se ocupan de ella incluso con más solicitud que de la justicia. La concordia entre los ciudadanos se parece bastante a la amistad. Y lo que las leyes buscan antes que nada es la concordia, es terminar con la discordia, el más fatal de los enemigos de la polis. Cuando los hombres se tienen mucho afecto ya no necesitan de la justicia. Pero por más justos que sean, siempre seguirán necesitando de la amistad”.

Para los filósofos de la Antigüedad grecorromana (tanto los estoicos como los epicúreos dan a la amistad un lugar central dentro de su reflexión moral) lo que condiciona las relaciones de amistad es la virtud y la amistad más elevada es la que une a la “gente de bien”. Encontramos una noción similar, aunque indirectamente relacionada con el discurso antiguo sobre la amistad, en Immanuel Kant, que ve en los regímenes virtuosos, es decir de espíritu republicano, una capacidad superior para entenderse unos con otros y un fuerte sentimiento de compartir valores comunes que permiten construir juntos el destino humano.

En la práctica, sin embargo, las supuestas “amistades entre los pueblos” suelen ser construcciones artificiales nacidas de la voluntad de los regímenes políticos de contraer “amistades” de interés con otros regímenes políticos. Esas amistades -más precisamente alianzas- de intereses, se hacen y se deshacen lógicamente según las circunstancias. Por otra parte, si a veces ocurre que algunos jefes de Estado puedan tener afinidades más fuertes con algunos dirigentes que con otros, esos lazos de amistad siempre quedan relegados con respecto a los intereses que definen la conducción política o diplomática de unos y otros. Sabemos perfectamente que muy rara vez, en el campo de la política, las amistades son más fuertes que las ambiciones. De hecho, la estatización del planeta, o más bien su fragmentación en unidades políticas en competencia unas con otras, tuvo por efecto enterrar el concepto de amistad como vínculo social. Después de que la caridad cristiana diera una primera embestida a la amistad (en tanto valor moral y social más elevado) en la Edad Media, la competencia planteada como el más alto valor de la sociedad capitalista termina asestándole un golpe casi fatal.

Sin embargo, la amistad sobrevive en tanto modelo social y político y es en parte sobre los valores que vehicula que Europa se reconstruye después de 1945, especialmente a través de una iniciativa que se fue abriendo camino, que es la del “hermanamiento” de ciudades y pueblos europeos. El hermanamiento, además de su calidad simbólica, generó en el transcurso de las últimas décadas amistades duraderas entre individuos y comunidades en toda Europa, tejiendo lazos que fortalecen la voluntad de unos y otros de convivir en paz y buen entendimiento. Sin exagerar el alcance de esta iniciativa, puede considerarse que es uno de los éxitos significativos de la integración europea.

En resumidas cuentas, si bien la amistad entre regímenes políticos o jefes de Estado sigue siendo siempre frágil e incompleta, en cambio la amistad entre los pueblos no difiere en teoría, ni en la práctica inclusive, de la amistad que puede unir a dos o varios individuos. Y al plantear la amistad como lazo social de la polis, ¿por qué no pensarla también con vínculo social de la polis global?

Hasta hace muy poco tiempo, la diferencia fundamental entre la polis y los espacios sociales más amplios residía sencillamente en el hecho de que los contactos entre individuos eran físicamente posibles en la polis e imposibles más allá de ella. Hoy, con la explosión de las redes sociales de internet se están tejiendo lazos de un modo exponencial a través del planeta. Cierto es que esos vínculos son muy a menudo superficiales y sin proyección a futuro, puesto que la cantidad de amigos/as que se tiene en las redes sociales suele importar más que la calidad de esas amistades. Pero los vínculos existen. Y es por ende una forma de amistad que une a millones de individuos en el mundo, con consecuencias cuyo alcance todavía es difícil de calcular después de pocos años, pero que podrían demostrar ser importantes con el tiempo.