BUEN VIVIR

En los últimos años ha empezado a circular en medios políticos y académicos, principalmente sudamericanos, una noción singular que no aparecía en los libros ni en los análisis tradicionales de las sociedades del Cono Sur de América Latina: se trata del concepto de Buen Vivir. Éste apareció principalmente en Bolivia y en Ecuador, de la mano de gobiernos que daban una importancia significativa al rol de los movimientos de los pueblos indígenas, de los pueblos originarios. En efecto, los nuevos gobiernos políticos de esos países, encabezados por Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, dieron al concepto del Buen Vivir un nivel institucional político en el campo de las ideas en esta región. Sin embargo, el Buen Vivir empezó a circular también en otros medios -tanto norteamericanos como europeos y también en algunos africanos y menos en Asia- como un concepto nuevo que expresaba una nueva relación de los seres humanos entre sí y de los seres humanos con la naturaleza. Al comienzo se lo percibió como algo folclórico: no se sabía exactamente de qué se trataba y se pensó más bien que era una postura romántica frente a los problemas sociales y ecológicos de nuestras sociedades modernas.

 

Pero ¿de qué se trata realmente el Buen Vivir? En realidad, se trata de un concepto cuyas raíces son radicalmente diferentes a los marcos teóricos que la intelectualidad europea, norteamericana y latinoamericana ha utilizado para comprender los fenómenos sociales. Sus orígenes se arraigan en la existencia de centenares de pueblos que se extendieron a lo largo de los altiplanos, valles y costas de la Cordillera de los Andes, desde el Norte de América del Sur (Venezuela y Colombia) hasta la Patagonia, en ese extenso cordón montañoso que genera una realidad geológica, geográfica, económica y social que entró a la llamada modernidad a través del consabido descubrimiento de América por Colón.

Esta Cordillera, esta larga cadena interminable de cumbres -la más larga del mundo con 7.000 km de largo y un promedio de 4.000 a 4.500 metros de altura sobre el nivel del mar- constituye una verdadera columna vertebral geológica y simbólica en el continente, diversa y al mismo tiempo común de Norte a Sur, fundiéndose en los actuales Perú y Bolivia con el Amazonas en una fuerte identidad andina amazónica.

 

Pero las raíces del concepto de Buen Vivir no sólo son de orden geológico sino también de orden histórico. Forman parte de las singularidades de la historia de la humanidad, porque no existen pruebas de la llegada a América de seres humanos después de que se cerrara lo que se llamó el Puente de Bering, que unió por congelamiento a Norteamérica y a Europa 11.000 años atrás. Y desde entonces, salvo episódicos contactos con los vikingos en el siglo X y probables contactos con algunos barcos de la dinastía china algunas décadas antes de la llegada de los españoles a América, esta región permaneció completamente separada del resto del mundo. Por lo tanto, resulta comprensible que se haya generado en esta zona del planeta una visión y una cosmovisión de la existencia de los humanos muy singular, específica, diferente, paralela e independiente en relación a las que se desarrollaron en otras partes del mundo. Ésta es la base de la originalidad del concepto de Buen Vivir.

 

Ahora bien, ¿cuáles son algunas de las características principales de esta nueva noción que aparece hoy en el campo de las ideas? Primero, la noción de Buen Vivir encierra una visión diferente del tiempo, de la noción del tiempo. Se trata de un tiempo cíclico, que no es circular, no es repetitivo, no es progresivo sino que es un tiempo renovado con múltiples variaciones cósmicas y telúricas. Esto se expresa muy bien en la noción de la edad de las personas. Cuando los españoles llegaron a América, se dieron cuenta de que las personas no tenían una edad anual sino que más bien se diferenciaban en las tres grandes etapas de la vida: la infancia, la adolescencia combinada con el estado adulto y la vejez. La segunda característica es que la noción de Buen Vivir y el lenguaje con el cual se expresa mantienen permanentemente la distinción entre masculino y femenino. Todos los objetos, las cosas y las personas siempre van a estar calificados como masculino y femenino, no siendo el masculino el que predomina. La tercera característica es que no hay separación entre lo abstracto y lo real. Es decir que el símbolo y los nombres son tan reales y materiales como cualquier otro ser. Una cuarta característica -sin duda la más emblemática de este concepto- es que no hay una relación entre objeto y sujeto y, en particular, que la Naturaleza (o lo que se denomina el medioambiente) es una noción extraña para el mundo andino, en la medida en que todo lo que integra la naturaleza y la vida es a la vez sujeto, ser vivo y persona, incluyendo los suelos, las aguas, las piedras, los cerros, las neblinas, la lluvia, los antepasados, los seres espirituales y, por supuesto, los seres humanos, los animales y las plantas. Todos forman parte de un mismo conjunto vivo. Esto impone una consecuencia que separa radicalmente al pensamiento andino del pensamiento occidental moderno. La cultura, entendida por definición como toda producción simbólica o material del ser humano, es aquí una dimensión de todo el mundo: una piedra puede tener cultura, un río o una llama también pueden tener cultura como los humanos.

Una quinta característica del concepto de Buen Vivir es que no existe estandarización: cada elemento es singular, la tierra, la planta, la piedra, el río, el viento. Cada llama o alpaca, cada planta es una persona diferente a las demás y en relación mutua, integral. Por lo tanto, una sexta característica de este concepto es que no es concebible nada sobrenatural: los espíritus de los antepasados, por ejemplo, son parte del mundo real y vivo como todos los demás. Una séptima característica es la noción del espacio, tanto étnico como regional. Las comunidades se organizan en torno a múltiples formas de propiedad. La más importante de este mundo andino es la denominada ayllu, que consiste en una relación compleja de los habitantes del territorio con la Naturaleza y entre sí, a través de un conjunto de interrelaciones que podrían ser caracterizadas como diferentes barrios, con una distribución muy definida del poder económico, político y religioso que permite que las relaciones estén normadas dentro del territorio. Octava característica: el ser humano se integra en una comunidad y no hay ningún estatuto de superioridad de uno sobre los demás seres, de los humanos sobre los demás seres del mundo andino: el ser humano es tan incompleto como cualquiera y es equivalente a todos los demás. Por lo tanto, es imprescindible para él relacionarse en igualdad de condiciones. Recíprocamente, todos los demás seres también necesitan del ser humano. En este mundo donde la noción del Buen Vivir aparece, no hay por lo tanto ningún dios al estilo del Génesis bíblico judeocristiano o de otras religiones milenarias que identifican a un dios como el ser supremo. Ese concepto como tal es ajeno a este mundo andino. Esto no significa que en el mundo andino se tuviera una relación de contemplación de la naturaleza o de protección de la misma para evitar cualquier interferencia humana. Por el contrario, los pueblos originarios de las culturas y de las comunidades andinas hicieron un uso masivo, intensivo y extensivo, con altos niveles de tecnología, de su medioambiente, pero buscando siempre mantener el equilibrio del mismo, que era vital para la propia subsistencia. Así lo testimonian, entre otros elementos, las grandes terrazas que caracterizan a las regiones de Cuzco y de Machu Picchu. Para estos pueblos, la terraza no era solamente una técnica de cultivo, sino que además era una manera de ir transformando la naturaleza para alcanzarla hacia el cielo, hacia lo alto. A diferencia de otros pueblos occidentales -que hicieron de los ríos y los valles los lugares de poblamiento-, en el caso del mundo andino, además de los poblados que existieron en las costas y en los valles, en las laderas de la montaña ellos se acercaban hacia lo alto: arriba estaba la posibilidad de comunicarse mejor con el universo.

De esta manera, el concepto de Buen Vivir es un concepto plural, abierto. No debe ser cerrado, puesto que aún está en proceso de construcción en los diálogos que se establecen entre los pueblos originarios – principalmente en Bolivia, Perú y Ecuador, pero también en Colombia, Chile y Venezuela y también en la parte amazónica del Brasil- y los medios intelectuales que están buscando recrear una nueva visión, una nueva filosofía podríamos decir, sudamericana. Y no es sólo un concepto andino: sus raíces también pueden ser encontradas en otros marcos conceptuales de pueblos africanos, asiáticos e incluso originarios europeos y norteamericanos.

Desde el punto de vista social y político, el concepto de Buen Vivir postula entonces un nuevo sistema de convivencia, horizontal con la Naturaleza y entre los seres humanos, con una nueva visión de la justicia social y un respeto a la pluralidad, dada la diversidad cultural que conlleva su propio desarrollo. Por lo tanto, postula una visión diferente del bienestar y del llamado desarrollo de aquélla que plantea la modernidad occidental, donde la importancia del consumo y de la propiedad individual no es relevante en comparación con la importancia de la armonía de la relación entre los seres humanos entre sí y de éstos con la naturaleza o la biosfera. Esta última, en el mundo andino, está identificada con la noción de Pachamama que constituye una dimensión global, maternal del universo, donde los seres humanos son un componente entre otros, un componente junto a los demás. De esta manera, el concepto de Buen Vivir alimenta reflexiones sobre la renovación de lo político, sobre las nuevas economías más plurales, más sociales, que pueden enfrentar la crisis del capitalismo en curso. Asimismo, entra en el campo de lo cultural, proponiendo una nueva cosmovisión cuya singularidad es haber logrado resistir como concepto a más de cinco siglos de ocupación y de dominación cultural de una modernidad que ha transformado profundamente a las sociedades de América del Sur.

Estos conceptos que son milenarios y multiseculares no pudieron ser eliminados del campo del pensamiento y de la acción y hoy pueden alimentar en un diálogo intercontinental la búsqueda de nuevos fundamentos éticos y filosóficos que permitan a la Humanidad encontrar otros pilares sobre los cuales sustentar la aventura humana en estos primeros años del siglo XXI. Todo eso aún está por verse, en la medida en que el concepto de Buen Vivir aún no se traduce desde el punto de vista de la gobernanza territorial y a nivel mundial en una nueva institucionalidad. Todavía aparece como un concepto nuevo y en desarrollo.