CONSUMO

Se entiende por consumir el acto de utilizar bienes o servicios para satisfacer necesidades primarias (alimentación, vivienda, ropa, aseo), necesidades no primarias, o para identificarnos o diferenciarnos de ciertos grupos. El consumo es la compra final de estos bienes y servicios, o en un sentido más amplio, puede incluir la compraventa realizada por intermediarios, los gastos públicos o los procesos de desecho y reciclaje.

 

El consumo per cápita ha aumentado de manera acelerada y sin precedentes en las últimas décadas especialmente en los países más industrializados, provocando un impacto tal vez irreversible sobre el medioambiente (escasez de recursos, proliferación de desechos, generalización de la contaminación), así como sobre la sociedad (aumento de las desigualdades, destrucción de los lazos de solidaridad social, uniformización cultural). A nivel global, el consumo se ha cuadruplicado desde los años 1960 a los años 2000. El capitalismo de consumo manipula deliberadamente la demanda por diferentes medios, especialmente el marketing, con miras a aumentar el beneficio de los vendedores y de las élites que se benefician de este sistema.

 

Por consumismo se entiende la adquisición o compra de bienes por las masas y la ideología o filosofía subyacente, asociada al fenómeno de la satisfacción personal o incluso de la felicidad. La cultura contemporánea ha convertido el consumo en uno de los rasgos distintivos mayores, sino el mayor, de las sociedades. Se ha pasado del consumo ostentoso de unos pocos como signo de pertenencia a una clase o grupo social, a una actitud generalizada de las masas en las que poseer o usar equivale a ser (en lugar de crear, dialogar o ayudar).

 

La necesaria revolución en los hábitos de consumo como medio para alcanzar una sociedad sostenible y justa, no puede pues ocurrir sin una revolución paralela en los modos de extraer, producir, distribuir y desechar que conforman, junto con el acto de consumir, el ciclo de vida de los materiales. El desafío de nuestro tiempo es aprender a ser ciudadanos ambientales capaces de cuidarnos a nosotros mismos, a la sociedad y al planeta. Pero los actos individuales de consumidores y de la sociedad civil seguirán siendo insignificantes sin la acción decidida de las instituciones públicas y las empresas.

 

La sociedad de consumo afronta una serie de desafíos:

 

En primer lugar, la desigualdad entre países ricos y pobres y entre clases ricas y pobres. En 2005, al 20% más rico de la población mundial le correspondía un 76,6 % del consumo privado, y al 20% más pobre, sólo el 1,5%. Los más pobres, más de mil millones de personas, no disponen de productos y servicios básicos. De hecho, los ricos consumen a expensas de los pobres ya que las economías de los países pobres se han orientado hacia productos no imprescindibles de los países y clases ricas (café, chocolate o plátanos son un ejemplo), desatendiendo las necesidades alimenticias de su propia población, debido a un mercado regido por la ley del dinero. Las empresas más contaminantes y los desechos tóxicos se han desplazado también a los países pobres, con una regulación ambiental más laxa. Los costos de mantenimiento del sistema financiero mundial, y de generación de conflictos militares son otro tipo de consumo colectivo de los ricos cuyo objetivo es mantener las disparidades entre los países.

 

En segundo lugar, la sociedad de consumo se basa en un despilfarro y un deterioro sistemáticos de bienes, mediante el incremento permanente de la extracción de recursos, de vertido de residuos, de contaminación, de exceso de transporte a larga distancia de productos substituibles por otros locales, de exceso de monocultivos para la agroindustria que empobrecen los ecosistemas, y de concentración de estos procesos en pocas manos, otorgando más poder a algunos y dificultando con ello la transparencia y la defensa de los consumidores ante los posibles abusos. Todo ello pone en peligro la capacidad de regeneración de la naturaleza y la supervivencia de la sociedad y del planeta. Así, si toda la población mundial alcanzara el nivel de consumo de los países más industrializados, los recursos se agotarían rápidamente y se necesitarían de cinco a diez planetas para mantener a medio plazo este ritmo de depredación.

 

En tercer lugar, el marketing ha reducido a las personas a masas de consumidores influenciables generando falsas necesidades. El marketing y la publicidad son industrias con ingresos multimillonarios y estrategias diversas y sofisticadas de venta con efectos perniciosos sobre el crecimiento físico y psicológico de los niños, la cultura y sobre la conducta como la invasión de la privacidad, la generación de estereotipos, la legitimación del engaño con miras al beneficio propio, y el ensalzamiento de instintos básicos en lugar del desarrollo de la inteligencia.

 

A continuación, se ha acelerado el consumo mediante, en primer lugar, el mercado crediticio, que está en el origen de las crisis financieras que sacuden a Estados Unidos y Europa desde 2008. La cultura del dinero fácil y el endeudamiento masivo basados en un frágil castillo de naipes financiero mundial, han facilitado estas crisis. En segundo lugar la obsolescencia programada, es decir, la producción deliberada de bienes que se vuelven inútiles rápidamente, provocando la compra de otros nuevos, así como la obsolescencia percibida, cuyo principal exponente son las modas que al sucederse rápidamente hacen que ciertos productos, especialmente ropa, perfectamente servible, parezcan anticuados.

 

Finalmente, cabe tener en cuenta otros aspectos:

 

– Las clases medias de los países emergentes, altamente consumidoras, superan ya la población total de los países de tradición industrial.

– Esto muestra que es el exceso de consumo per cápita, y no el exceso de población, el causante de la escasez de recursos. Así, hoy en día se producen mundialmente el doble de alimentos de los que se necesitan, pero una buena parte no se distribuye adecuadamente y se desecha.

– Existe todavía una grave ausencia de cultura crítica ante el consumismo como ideología dominante.

– El beneficio de las innovaciones ecológicas se ve atenuado por el efecto boomerang del aumento de las compras. Es el caso de los automóviles actuales, menos contaminantes pero mucho más numerosos que hace décadas.

 

El consumo consciente, responsable o sostenible ha sido presentado como alternativa al consumo capitalista. Desarrollarlo significa aceptar en primer lugar que los recursos naturales y humanos son limitados. Implica también redefinir las nociones de necesidad y de deseo. En la práctica puede implicar, entre otras cosas, elegir productos sin trabajo infantil, en condiciones de trabajo respetuosas y no degradantes, en circuitos cortos de distribución, comprar productos agrícolas estacionales, con reducción de desechos, una fabricación con menos recursos y menores emisiones de CO2. Implica también evitar de comprar en grandes espacios comerciales que reducen el empleo y la capacidad de elección del consumidor. Finalmente se intenta privilegiar un consumo de productos y servicios orientados a una redistribución equitativa (comercio justo, cooperación norte-sur, no especulación de bienes, especialmente los de primera necesidad).

 

He aquí una lista de propuestas posibles relacionadas con el consumo y el consumismo, desde la perspectiva de la necesidad de una nueva gobernanza mundial:

 

1. Derechos y responsabilidades de los consumidores como lógica superior a la del mercado. Establecer Cartas de Derechos y Responsabilidades de los consumidores e integrarlas en el sistema jurídico desde la escala local a la mundial. Los derechos de los consumidores, según la plataforma mundial Consumers Internacional, son: 1) derecho a la satisfacción de necesidades básicas; 2) derecho a la seguridad; 3) derecho a ser informado/a; 4) derecho a elegir; 5) derecho a ser escuchados/as; 6) derecho a la reparación; 7) derecho a la educación como consumidores; 8) derecho a un ambiente saludable. Por otro lado, si en los últimos siglos, la sociedad se ha dotado de derechos que expresan la meta de la plena realización de la persona y de la sociedad, el siglo XXI necesita también “responsabilidades” que reflejen la ambición de una gestión justa y eficiente del planeta finito que habitamos.

 

2. Presionar los Estados y las instituciones internacionales para la formulación de un compromiso explícito hacia una sociedad sostenible. El objetivo sería una transición mundial hacia la economía ecológica que suponga: a) una distribución mundial equitativa de recursos, b) la producción y distribución basadas en principios ecológicos, y c) la inversión masiva en infraestructura, transporte y energía sostenibles. Para ello se debería revolucionar las políticas públicas hacia la sostenibilidad, implicar a los medios, y transformar el marketing hacia un rol inspirador de la adopción de estilos de vida sostenibles.

 

3. Basura cero. En el norte, el objetivo de basura cero es reutilizar todos los productos y minimizar los desechos. Incluye prácticas de reducción, reciclaje, reutilización (3R), reparación, alargando la vida de los productos, o ahorrando energía en el transporte. Otros objetivos son el “factor 10” de reducción o el decrecimiento.

 

4. Salto al desarrollo limpio en el Sur. En el sur hace falta modelos de desarrollo y consumo que eviten los errores cometidos en el Norte, respecto a infraestructuras, capital tecnológico, estilos de vida y regulaciones. Se necesitan nuevas culturas de consumo alternativas que retomen los valores y estilos de vida tradicionales frente a un consumismo creciente.

 

5. Extender, sistematizar y regularizar la educación al consumo sostenible (ECS). La ECS debe introducirse en las educaciones formal, no formal y permanente. Se puede integrar a contenidos ya existentes o elaborar nuevos temas, cursos o grados específicos. Puede adoptar un enfoque temático y metodológico interdisciplinario, y también debe fomentar la investigación para ampliar los conocimientos existentes. Los gobiernos, junto a las instituciones internacionales, deben jugar un papel fundamental como legisladores y coordinadores de profesores, investigadores, sociedad civil y sectores socioeconómicos.

 

6. Nuevas normas e impuestos que reflejen la integralidad del sistema. a) incorporar en los precios el deterioro de los recursos, las emisiones de gases, la contaminación del agua o la destrucción de los ecosistemas; b) establecer a escala mundial la obligación de trazabilidad de los productos, c) tasar positivamente las acciones de tipo 3R, negativamente los productos ecológica o nutricionalmente pobres como la “comida basura” y, en general, establecer una imposición más progresiva que no castigue a las clases desfavorecidas.

 

7. Otras acciones a emprender en cada escala del territorio: a) democratizar las decisiones colectivas relativas a los modos de consumo, mediante debates públicos sobre las necesidades comunes; b) extender valores, estilos y prácticas existentes promoviendo compras social y ambientalmente sustentables por parte de las instituciones públicas y compras en cooperativas de productores y consumidores; c) promover valores y prácticas como la frugalidad, la simplicidad voluntaria, la responsabilidad del productor.