RESPONSABILIDAD

Desde una perspectiva relacional y moral, las responsabilidades pueden ser vistas como la otra cara de la moneda de las necesidades o de los derechos. Para disfrutar de un derecho o satisfacer una necesidad, muchas veces hace falta una contraparte que asuma una responsabilidad ligada a ese derecho. Si el conjunto de los derechos individuales y colectivos expresan el sentido y la medida del desarrollo pleno ideal del ser humano como individuo físico y como ser en sociedad, el conjunto de las responsabilidades representa la obligación de servicio de cada persona y comunidad con su entorno social y natural, y por ello la amplitud, diversidad y complejidad de las responsabilidades es tan enorme como la de los derechos, abarcando cada uno de los aspectos de la vida social y de la relación con la naturaleza. En el siglo XXI, la aceleración de las interdependencias alrededor del planeta hace también aumentar el número y la complejidad de las responsabilidades mutuas que las sociedades, las instituciones, los colectivos y las personas deberíamos de asumir y que sin embargo aún están lejos de ser tomadas suficientemente en consideración. La complejidad creciente no se acompaña de un proceso de responsabilización sino todo lo contrario, de una cultura de la libertad mal entendida, acompañada de una tendencia a desatender e ignorar el coste ecológico y social de cualquier actividad individual o colectiva.

Esto implica la responsabilidad individual (¿qué podemos hacer las personas para transformar la sociedad y el planeta?) y también la responsabilidad colectiva e institucional. Por ejemplo, un Estado, más allá de sus obligaciones jurídicas, tiene también la responsabilidad de garantizar el bienestar ciudadano. Delegar esta función a actores privados que carecen de un mandato social, es desentenderse de su misión y contribuir a la ruina social. Otro ejemplo crucial es el de la responsabilidad de los países que más contribuyen al calentamiento global y a la degradación medioambiental, de transformar su modo de vida de manera que permita el acceso de los países pobres al desarrollo sin aumentar la destrucción ecológica y sin perder la calidad de vida conseguida con el progreso técnico y científico.

En la era de la mundialización y de profunda crisis civilizacional y medioambiental, deberían desarrollarse mecanismos de asunción de responsabilidades por parte de diversos actores con capacidad de decisión sobre diferentes ámbitos a nivel del planeta, tales como instituciones regionales y mundiales o corporaciones transnacionales, pero esta atribución está lejos de producirse, y ello afecta enormemente al progreso y a la supervivencia del planeta.

La complejidad y fragmentación de un número creciente de actividades y operaciones dificulta una distribución necesariamente meticulosa de estas responsabilidades. Por ejemplo, no existe un protocolo que defina la asignación de obligaciones en el abastecimiento de la población necesitada de auxilios y recursos en las situaciones de conflicto armado, inestabilidad política, ausencia de estructuras de Estado o bancarrota económica. Esta ausencia de reglas comunes se nota en muchos otros campos como la responsabilidad social de los actores económicos, que en los últimos años ha sido desarrollada en muchos casos por éstos mismos como una estrategia de marketing sin una real participación de otros actores como trabajadores o consumidores, en igualdad de condiciones. Otro ejemplo es todo lo relacionado con el deterioro medioambiental (extracción, contaminación, desechos…) apenas reglamentado en los países del Sur, o la ausencia de responsabilidad en la capacitación de los actores económicos para un desarrollo en profundidad de la ecología industrial, es decir para sacar el máximo provecho económico de las infinitas posibilidades de reciclaje y reutilización de los desechos y residuos naturales e industriales.

En un modelo de sociedad más justo la responsabilidad debería ocupar un lugar más visible y fundamental que en el presente, a un nivel similar al que los derechos han ocupado en el mundo contemporáneo. En los últimos 500 años el capitalismo y la modernidad se extendieron alrededor del mundo de la mano de una cultura moral y jurídica acorde con sus intereses, es decir basada en un amplio desarrollo de la libertad para crear, innovar y construir bienestar, a pesar de que éste solo estuviera disponible para ciertas élites y países privilegiados mientras otros se situaban al margen o, peor, eran víctimas de este proceso. Las élites burguesas emprendedoras de la edad moderna precisaban derechos para liberarse de las ataduras políticas, económicas, culturales y religiosas que impedían la transformación civilizacional que supuso la modernidad respecto a los diversos regímenes precapitalistas de diferentes partes del mundo. Esta modernidad hizo del mundo un sistema abierto para los actores económicos que acompañaron las aventuras coloniales, imperiales y neocoloniales, primero europeas y después también norteamericanas y de otros países progresivamente.

En cambio el mundo globalizado de hoy es y será un sistema cerrado con bienes finitos que debe ser entendido como un cuerpo único cuyas partes son cada vez más interdependientes y por ello debe ser capaz de establecer una medida detallada de cada esfuerzo realizado en su interior, ya sea respecto a la extracción de recursos, la generación de residuos, la producción de violencia e inseguridad, el riesgo en el uso de la medicina o en la aplicación de innovaciones científicas cuyos efectos no son totalmente controlados o conocidos, el desperdicio de creatividad y de voluntad o la creación y recreación de resentimiento entre individuos y entre comunidades, entre muchos otros aspectos. De ahí la importancia de las responsabilidades.

No se trata de responsabilidades jurídicas ante las leyes existentes sino de la responsabilidad como un campo mucho mayor que incluye el aspecto moral relacional de la capacidad de cada persona para servir a la sociedad asumiendo una determinada tarea o tareas de cuidado que además convengan a sus capacidades y funciones y a lo que la sociedad espera de ella. En este sentido, la noción de responsabilidad u otras similares existen en muchas culturas alrededor del mundo, acercándose a esta idea de carga, tarea o misión otorgada por la sociedad a la persona o al colectivo, o asumida por éstos como una forma de obligación moral de asistencia o prestación hacia los demás y hacia la naturaleza. Pero existen diferentes variaciones del concepto que no todas las culturas comparten. Por ejemplo la distinción entre el “deber” otorgado por la sociedad y la “responsabilidad” asumida por el colectivo o el individuo. O la rendición de cuentas como una responsabilidad complementaria a la propia tarea desarrollada.

La realidad presente precisa de un debate planetario sobre las responsabilidades sociales y morales relacionadas con cada aspecto y temática de la gobernanza, el cual precederá y dará fundamento a un derecho mundial que probablemente necesitará más tiempo para irse edificando. Pero la distribución de las responsabilidades puede conducir a discusiones interminables porque implica el establecimiento de jerarquías de poder. En primer lugar quizás hace falta un estudio profundo y un diálogo intercultural abierto a la participación de diferentes actores, sobre el establecimiento de principios éticos comunes universales y sobre la definición y la implicación moral y jurídica de las responsabilidades. Como ejemplo de este proceso, la iniciativa de la “Carta de las Responsabilidades Universales” en 2011 establece los siguientes principios de responsabilidad compartida a escala planetaria:

“1. El ejercicio por medio de cada una de sus responsabilidades es la expresión de la libertad y la dignidad de cada ciudadano/a de la comunidad mundial;

2. Todos y cada uno de los ser humanos tienen una corresponsabilidad sobre los demás, sobre la comunidad cercana y la distante, y sobre el planeta, proporcional a las posesiones, poder y conocimiento de cada cual.

3. Esta responsabilidad implica considerar los efectos inmediatos y lejanos de cada acción, prevenir o reparar los daños, voluntarios o involuntarios, que afecten o no a sujetos de derecho. Esto concierne todos los sectores de la actividad humana y en todas las escalas del tiempo y el espacio.

4. Esta responsabilidad es imprescriptible, desde el momento en que el daño es irreversible.

5. La responsabilidad de las instituciones, tanto públicas como privadas, sean cuales sean las normas que las rigen, no exime la responsabilidad de sus dirigentes, y viceversa.

6. La posesión o disfrute de un recurso natural conlleva la responsabilidad de gestionarlo en beneficio del bien común.

7. El ejercicio de cualquier poder, independientemente de las reglas que conlleven a su concesión, no será legítimo si el titular no responde de sus actos ante aquellos y aquellas sobre las que ejerce este poder, y si se acompaña de reglas de responsabilidad adecuadas al poder de influencia ejercido.

8. Ninguna responsabilidad puede ser exonerada en nombre de la incapacidad de quién la detenta, si no ha intentado unirse a otros/as, o en nombre de su ignorancia si no ha procurado informarse.”