UNIÓN EUROPEA, MODELO DE LA

La crisis económica mundial cuestiona la viabilidad presente y futura de la Unión Europea. El huracán financiero arremete con fuerza devastadora este continente desde 2008, poniendo a prueba la resistencia de sus estructuras y forzando el cambio del proyecto interestatal más ambicioso de la historia humana hasta principios del siglo XXI. La perspectiva de la continuidad parece cada vez menos probable frente a otros como la desaparición del euro, la desmembración progresiva de la Unión o su pura disolución, o la que posiblemente para muchos parece ser la única alternativa a estos escenarios distópicos: reforzar las estructuras centrales de decisión y las solidaridades intraeuropeas. Pero la sola recentralización institucional europea, que salvó en el pasado a la Unión de sus diferentes crisis, esta vez quizás no será suficiente porque no afrontamos, como en 1945, la reconstrucción de un continente después de una guerra, ni como en 1973 o 1992 la superación de crisis económicas, sino que la crisis actual evidencia mucho mejor que las pasadas el grado de dependencia y subordinación de Europa al resto del mundo, y la necesidad de reconstrucción mundial después del fracaso estrepitoso de un sistema económico y político único.

Los europeos fueron capaces de inventar, a partir de los años 1950, un efectivo y complejísimo mecanismo de resolución de conflictos entre naciones, quizás comparable en tiempo de paz al desafío que también supuso durante la década anterior, emplear a fondo los ejércitos más sofisticados de la época en el conflicto armado más devastador que el mundo nunca conoció hasta entonces.  Después de una contienda de esas características se precisaba establecer una visión muy generosa y ambiciosa que fundamentara la creación de instrumentos concretos para materializar la idea de unión de naciones entre antiguos enemigos bajo la mirada vigilante de las superpotencias de la Guerra Fría. La paz facilitó la formación de uniones aduaneras y comerciales entre los seis miembros iniciales y los que se fueron añadiendo posteriormente, al tiempo que la reconstrucción post-bélica condujo al desarrollismo que convirtió Europa en gigante económico mundial. El proyecto de la Comunidad Económica Europea se dotó de leyes e instituciones cuya vocación trascendía en mucho la mera unión aduanera y comercial, hasta construir una arquitectura institucional constituida de los tres poderes: el Parlamento Europeo y el Consejo de Ministros en lo legislativo, el Consejo Europeo y la Comisión Europea en lo ejecutivo y la Corte de justicia en lo judicial. En 1992 la Comunidad Europea consagró la voluntad de integralidad política de la alianza económica constituyéndose en Unión Europea. En la actualidad el 90% de la legislación de los países miembros, cubriendo la mayoría de las áreas competenciales, sigue las directivas comunitarias y el euro, moneda única de una gran parte de los miembros de la Unión, simboliza una política económica única. Sin embargo, el carácter incompleto de un proyecto europeo fuerte en lo económico pero no lo suficientemente en el lado social y político de la balanza, ha propiciado la derrota del modelo ante la última crisis económica.

Pero es que además, y para disipar cualquier duda, hay que decir de entrada que el actual patrón de la Unión Europea, incluso si el continente no hubiera entrado en crisis, difícilmente puede ser en sí mismo la base para construir un modelo de gobernanza mundial. Y sin un nuevo modelo de gobernanza mundial, difícilmente se podrá refundar tampoco Europa y responder a sus propios problemas.

Para el desafío que afronta la humanidad en el siglo XXI se precisa también la inspiración de otras épocas y de otras culturas  así como una dosis enorme de inventiva y sacrificio por el bien común. Algunas herramientas y aspectos estratégicos de la historia institucional en el continente europeo pueden ser muy útiles en el propósito de construir un nuevo sistema a escala mundial puesto que son en la actualidad el ejercicio más avanzado de gobernanza plurinacional en lo que respecta a convergencia de valores y objetivos, a desarrollo jurídico y a complejidad institucional entre otros aspectos. Pero a pesar de ello, tanto desde el punto de vista de los principios comunes, como de la narrativa, como de la arquitectura institucional, o como de la práctica de la gobernanza, entre otros, el desafío de la construcción de un planeta justo, responsable y solidario es de distinta naturaleza al que afrontaron Monnet, Adenauer, Schuman, Spinelli y otros padres fundadores de la Unión Europea. Las diferencias radican en la complejidad, en el momento histórico y en el tempo de la eventual transición:

Nuevos valores comunes y nueva narrativa. El cambio que se precisa ha sido definido por algunos como civilizacional. Por ello, hace falta poner sobre la mesa los valores culturales de cada rincón del mundo y hacerlos dialogar con el doble propósito de definir los puntos de una ética común, compuestos de lo “mejor” de cada cultura y descartando lo “peor”. En segundo lugar hace falta desarrollar una nueva narrativa (o mejor varias, pero al menos una para empezar). Un relato extenso del mundo, de su pasado, su presente y su futuro, capaz de generar significado y sentido para los habitantes de la comunidad mundial emergente y de responder a aquellos valores comunes. Una narrativa no es necesariamente una ideología ni precisa basarse en una supuesta “verdad científica” como la teoría marxista o el economicismo neoliberal, sino que le es suficiente la intersubjetividad, el acuerdo tácito de los miembros de la comunidad. Europa desarrolló su propia narrativa pero ésta no fue capaz de impregnar la vida social de los europeos al mismo nivel que los imaginarios nacionales, por eso en tiempo de crisis resurgen resentimientos ocultos entre países como Grecia y Alemania.

Reconciliación del Sur y el Norte. ­Europa está irremediablemente unida a sus ex colonias. Desde las cruzadas, la idea de Europa se ha ido moldeando mediante el repudio de la alteridad cultural. Siguiendo esa inercia, en el siglo XX la narrativa de la construcción comunitaria europea ha ignorado el enorme sacrificio que otras partes del mundo han jugado en su desarrollo. La importación de recursos a bajo coste durante la época colonial y en la actualidad, es junto al progreso tecnológico la causa principal del nivel de vida alcanzado en el mundo más desarrollado en los últimos 65 años. En la construcción de una historia mundial que haga honor a la justicia, la memoria histórica y el análisis de la evolución de las relaciones norte-sur, deben ocupar un lugar central. Sin embargo, la Europa comunitaria se ha construido de espaldas a los demás continentes que colonizó.

Pluralidad de economías. En la actualidad la agenda neoliberal pretende englobar el conjunto del planeta y se adapta, al menos temporalmente, a regímenes políticos que no son democracias liberales, como en el caso de China. Sin embargo la UE considera la democracia liberal como una condicionalidad para la inclusión de nuevos países. La nueva gobernanza mundial precisará substituir la omnipresencia uniformadora y devastadora de la economía de mercado, por una convivencia dinámica de diversos modelos.

Diferencias regionales. Las otras regiones del mundo afrontan problemas no encontrados anteriormente en Europa. La diversidad de modelos económicos y políticos en Asia es un ejemplo. La colosal diferencia de tamaño entre algunos países y sus regiones respectivas (por ejemplo India, China y Brasil en el Sur y el Este de Asia y en América Latina respectivamente) también. Las experiencias regionales son diversas, histórica, económica, cultural y políticamente. Por ello la progresiva integración regional en todo el planeta aportará nuevas experiencias que a su vez ensancharán la paleta de posibilidades de la gobernanza mundial. La inclusión no condicionada en la Unión Africana, a diferencia de los “exámenes” para el ingreso en la UE, es un ejemplo. Las exigencias europeas tienen su lado positivo porque contribuyen a la mejora del Estado de derecho, pero también una parte negativa en una mayor concentración de capitales bajo un liberalismo económico uniforme.

Mayor número de actores de naturalezas diferentes. La construcción europea empezó con un número reducido de Estados, mientras que el establecimiento de una nueva gobernanza mundial precisaría de la participación a nivel constituyente y definitivo de los actuales más de 190 Estados; de las instituciones regionales consolidadas o incipientes; de las actuales instituciones internacionales de alcance mundial; de la sociedad civil mundial emergente y de la ciudadanía mundial; e implicaría cambios significativos en otros actores mundiales y locales como las empresas transnacionales.