Todo el mundo se beneficia de la atmósfera, la biodiversidad, los sistemas de navegación aérea e Internet, y al mismo tiempo todo el planeta sufre los efectos dramáticos del calentamiento global, de la reducción de la capa de ozono, de la desaparición de especies, de la proliferación nuclear o de la investigación y experimentación armamentísticas. El bienestar humano no depende ya sólo de la provisión de bienes por parte de los gobiernos nacionales sino cada vez más de aquellos de los que sólo se dispone a escala mundial como la estabilidad financiera, la paz, el medioambiente o el patrimonio cultural. El número de estos bienes aumenta a causa de la propia mundialización. Su dimensión planetaria obliga a una gestión compartida. Pero los mecanismos reguladores capaces de establecerla todavía deben ser inventados. En este principio del siglo XXI, marcado por una crisis mundial multidimensional, hace falta un debate para decidir qué bienes deben ser públicos, privados y comunitarios, y a qué escala del territorio deben ser producidos y disfrutados. El reto es la creación de una nueva gobernanza mundial de los bienes comunes que se organice al servicio de las necesidades humanas y del desarrollo de la vida.
Un bien común mundial (en adelante BCM) es un bien común accesible a todos sin condición. También puede ser llamado público mundial1. Una característica de los bienes comunes (mundiales o no) es la no-rivalidad: el consumo del bien por una persona no reduce su disponibilidad para el consumo de otras ni supone un coste adicional. Otra característica es la no-exclusividad: es imposible impedir a alguien el consumo de ese bien. Los bienes comunes no deben confundirse con los bienes de propiedad comunal (bosques, sistemas de irrigación) pues el propietario del bien puede ser la comunidad, el sector público o el sector privado. Los BCM se pueden dividir en recursos naturales (océanos, atmósfera, espacio exterior), sociales o artificiales (ciencia, cultura, tradiciones, Internet), y “políticos” (paz, salud, estabilidad financiera). Algunos cabalgan entre diferentes categorías, por ejemplo las nanopartículas pueden ser de origen natural o artificial. Cabe diferenciar también entre el bien soporte (agua, planta medicinal) y el bien establecido (subministro de agua, conocimiento curativo), ambos relacionados con un mismo objeto. Para acabar, una categoría interesante de BCM es la de los bienes recientemente conceptualizados como tales como estrategia para frenar su privatización, su pérdida o su degeneración, tales como el mercado, la justicia, las infraestructuras, los ecosistemas o la seguridad alimentaria.
En los últimos siglos, los bienes públicos mundiales han sido mercantilizados, sobreexplotados y deteriorados. La fuerza económica de la mundialización ha acelerado esta tendencia en las décadas pasadas. Las privatizaciones y desregulaciones en todas las áreas, desde la ciencia al agua, pasando por la salud, la educación o la diversidad genética, y el debilitamiento de las políticas nacionales, la falta de protección legal de los recursos naturales, ya sean de acceso libre o gestionados localmente, son muestra de este proceso de saqueo de los bienes comunes a un ritmo desenfrenado por parte de bancos, empresas, Estados y particulares. Esta apropiación se justifica diciendo que su explotación en manos privadas garantiza el crecimiento económico. Pero lo que acontece no es un aumento de riqueza sino una disminución debido al deterioro, reducción o extinción de estos bienes. Los BCM precisan de una regulación mundial para evitar su deterioro en el caso de los recursos naturales, y para potenciar su desarrollo en el caso de los bienes sociales y políticos.
El carácter finito de los recursos es cada vez más evidente. En el caso del petróleo, a pesar de que se pretende resolver el incremento de la demanda por el importante aumento de su consumo en los países emergentes mediante la explotación a mayor profundidad o en nuevos territorios como el Ártico, la ceguera consiste en no querer ver que perpetuar su uso provocará males muchos mayores de los que se intentan resolver.
Por otro lado, la mundialización ha creado una sociedad cada vez más interdependiente a lo largo de todos los aspectos sociales y vitales. Ante esta situación, la fragmentación en doscientos Estados-nación ha pasado a ser un esquema político obsoleto e inadaptado a la realidad. Las políticas nacionales tienen un efecto reducido o inexistente en la sociedad pues su capacidad de provisión y gestión de los bienes se reduce a sus propios territorios mientras la densidad de las relaciones económicas y políticas en todas direcciones los hacen dependientes de lo que ocurre más allá. Así, para que una gobernanza mundial sea justa y efectiva, un ejercicio responsable de la soberanía nacional debería tratar a los bienes públicos mundiales como bienes nacionales de los que se necesita la cooperación internacional para hacerlos asequibles localmente.
El crecimiento económico ha pasado de ser la fórmula del neoliberalismo para la obtención de bienestar mediante la producción y el consumo, a un objetivo y un fin en sí mismo que funciona autónomamente sin rendición de cuentas y en beneficio de unos pocos. El resultado ha sido la distorsión y quiebra de los mercados. Los Estados, indefensos ante el poder creciente de finanzas y corporaciones, están permitiendo este saqueo masivo del capital natural que representan los bienes comunes, como un modo de avalar el pago de los intereses y de los propios préstamos.
Para poder hablar legítimamente de bienes comunes mundiales, la mejora de la producción, uso, gestión y consumo de éstos debe obedecer a objetivos que sean acordes a la satisfacción de las necesidades del conjunto de la humanidad, incluyendo la necesidad de armonía y consenso mediante la justicia y el bienestar compartido.
He aquí una lista de propuestas posibles para desarrollar una agenda de los BCM:
1. Reconocer los BCM como la piedra angular de un cambio sistémico. En el movimiento social de los “Commons”, que resiste la privatización y deterioro de los bienes comunes, el término bienes comunes ya no se refiere a estos bienes en sí mismos sino al sistema formado por el conjunto de los actores (commonners), los bienes, las relaciones que establecen y las reglas que rigen estas relaciones. Este sistema puede ser una alternativa que coexista o incluso ordene y se imponga a los sistemas dominantes del mercado y del Estado.
2. Desarrollar un paradigma de los bienes comunes que rechace los valores liberales de acumulación, beneficio, jerarquía, orden, control, dependencia, dilapidación de recursos y competencia, y abrace los conceptos de prosperidad social, creatividad, horizontalidad, participación, abertura, multiplicación de recursos, interdependencia y cooperación. La creación de propiedad colectiva ocuparía el centro de un sistema hoy consagrado aún a la protección de la propiedad privada.
3. Comprometerse individual y socialmente mediante una filosofía consensual. Una comunidad planetaria basada en este paradigma requiere de sociedades e individuos comprometidos e identificados con una actitud consensual como medio de resolución de conflictos. Por ejemplo, una sociedad sostenible y justa requiere la autolimitación y cierta frugalidad en los modos de vida individual y social, y el desarrollo de responsabilidades respecto a las generaciones futuras.
4. Elaborar una definición de los BCM y sus derechos de propiedad. Los BCM precisan que sus propios derechos de propiedad sean reconocidos, promovidos y protegidos de cualquier agresión, de la misma forma que acontece con la propiedad privada. La gestión de los bienes públicos mundiales debe desarrollarse mediante principios que prevalezcan o estén al margen de las reglas del mercado liberal, de la competencia y del afán de privatización.
5. Decretar el derecho y la responsabilidad de la sustentabilidad y la seguridad de los BCM. Este derecho y responsabilidad no necesitan ser otorgados por una autoridad institucional pública o privada: pueden existir como partes constituyentes de la soberanía de la vida y ser elaborados libremente por los habitantes del planeta Tierra.
6. Constituir unos principios únicos de gobernanza. Las empresas privadas y las instituciones públicas deben someterse a un único derecho internacional. El mercado es sólo una de las formas posibles de intercambio y ha de ser regulado por los mismos principios. Estos han de ser los de una “comunidad de destino compartido” capaz de gestionar los BCM. Algunos de estos principios pueden ser: el equilibrio entre humanidad y biosfera, y la responsabilidad de la seguridad humana, mediante mecanismos individuales y nacionales de reinserción económica.
7. Redactar Cartas Sociales sobre los BCM. Una Carta Social es una declaración de intenciones de una comunidad basada en el derecho consuetudinario y en la voluntad ciudadana, y orientada hacia la acción colectiva, que afirman la soberanía de los seres humanos sobre los medios de subsistencia y bienestar, sin intermediación del Estado u otra autoridad para existir.
8. Establecer los principios y las reglas de gestión de los bienes comunes. Generalizar una normativa basada en la experiencia y en las necesidades reales. Por ejemplo: a) acceso igual y justo por parte de todos los miembros de la comunidad, con las mismas limitaciones en el caso de recursos naturales finitos; b) beneficio compartido equitativo; c) responsabilidad compartida en la preservación del recurso; d) toma de decisiones democrática y transparente; e) sistemas de sanción y de resolución de conflictos; e) capacidad de determinar qué parte se destina al mercado privado; f) organización en capas múltiples en el caso de organismos más grandes (por ejemplo, la cooperativa Mondragón, en España).
9. Crear trusts comunales mundiales. Un Trust mundial es una autoridad comunitaria independiente del Estado y del mercado cuya misión es la protección de un BCM. Esta autoridad se inspira de las autoridades comunales locales sobre la tierra o los bosques. Una legislación internacional, desarrollada por la ONU, protegería a esta autoridad y a su misión, de los intereses públicos o privados. Sus miembros, productores, usuarios y gestores de todo el mundo, gestionarían el trust en red de manera descentralizada, subsidiaria y participativa. La producción respondería a la creatividad y la sinergia de los participantes en transparencia y asegurando la sostenibilidad del recurso. Un ejemplo puede ser el “Trust mundial del cielo” (Global Sky Trust), que contribuiría a superar la ausencia de una gobernanza climática.
10. Una protección normativa de la ONU y de los Estados. Para preservar los BCM se precisan acuerdos intergubernamentales que se apliquen a usuarios y a terceras partes. Estos acuerdos se coordinarían desde las Naciones Unidas. Los Estados garantizarían la protección legal de los derechos de las autoridades comunales y los introducirían prominentemente en sus constituciones, como ya ocurre con la propiedad privada.
11. Un nuevo sistema financiero. El sistema financiero debe ser reconocido de utilidad pública y declarar como su finalidad el bienestar universal, más allá de los intereses particulares de Estados o empresas. Debe establecerse un nuevo sistema monetario basado en la sostenibilidad o valor en reserva de los bienes existentes, en lugar de basarse, como hace actualmente, en futuros bienes hipotéticos mediante deudas e intereses. Este valor podría asentarse en un índice compuesto de los diferentes bienes y crear un mecanismo de crédito que financie las necesidades sociales e individuales mediante un sistema redistributivo.
12. Profundizar y extender las experiencias existentes. Institucionalizar una agenda estratégica, articular las diferentes experiencias, reclamar los bienes comunes como un acto de soberanía humana, consolidar y ampliar el Foro Mundial de los Bienes Comunes, fortalecer y extender los fenómenos sociales de resistencia al saqueo de los bienes como el comercio justo, las monedas locales, el software libre y otros.
- Los conceptos “público” o “común” han sido utilizados con significados distintos según los actores. A escala mundial, entendemos que bien común y bien público son términos indistintos, siempre y cuando se entiende lo público como perteneciente a una comunidad política ideal que engloba el conjunto del planeta, es decir, la comunidad mundial.