AGUA

El agua es un elemento indispensable para la vida. Cerca del 70% del cuerpo humano está constituido de agua y no podemos sobrevivir más de diez días sin beber, mientras que podemos resistir treinta días sin comer.  La Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el período 2005-2015 como la Década Internacional de Acción “El agua, fuente de vida”. La Tierra, bautizada como el planeta azul, está recubierta en un 70% de agua. Se calcula que contiene alrededor de 1,386 billones de km3 de agua, pero de esa cantidad sólo el 2,5%, es decir 35 millones de km3, son de agua dulce. Esas reservas de agua dulce no son todas directamente explotables, pues gran parte de ellas son de difícil acceso, ya que quedan capturadas en las rocas o existen en forma de hielo. El agua es, por lo tanto, un bien precioso, indispensable y codiciado por todos, pero su acceso plantea numerosos desafíos.

 

Múltiples desafíos

Uno de los desafíos más importantes que plantea este “oro azul” es que los recursos hídricos están repartidos en el planeta de forma desigual. Así, por ejemplo, se calcula que cerca de dos tercios de los recursos de agua del planeta están concentrados solamente en 23 Estados. Algunas regiones son por lo tanto más castigadas que otras. Por ejemplo Asia, que reúne al 60% de la población mundial, sólo tiene acceso al 36% de los recursos hídricos. África, cuya población representa el 13% de la población mundial, tiene acceso al 11% de los recursos de agua, pero cuenta con el 50% de la población mundial que sufre de escasez de agua (es decir que tiene acceso a menos de 1.000 m3 de agua por hectárea por año). Las napas freáticas responden aproximadamente a la mitad de la demanda de agua dulce, pero en los últimos cincuenta años se calcula que el índice mundial de captación de napas freáticas se ha multiplicado por lo menos por tres. Se hace necesaria entonces una buena gestión de estos recursos con el objetivo de no agotarlos.

Un segundo desafío para los recursos de agua lo plantean los actuales cambios climáticos. En efecto, más allá de los recursos ya presentes en la Tierra, otra fuente de agua proviene de las precipitaciones. Pero, los cambios climáticos actuales perturban los regímenes de precipitaciones, haciéndolos cada vez más impredecibles e irregulares. Esto tiene como consecuencia provocar sequías que a veces terminan generando hambruna en algunas regiones del mundo. Estos cambios en los modelos de precipitaciones no son las únicas consecuencias del calentamiento climático; el derretimiento de los glaciares, por ejemplo, también es un fenómeno preocupante para los recursos hídricos. En efecto, mientras que un sexto del agua dulce existente en la Tierra viene de la nieve y de los glaciares, su derretimiento representa un verdadero desafío para el abastecimiento en agua de muchas ciudades.

El acceso a un agua de buena calidad es otro de los desafíos fundamentales. La contaminación del agua es un problema de envergadura, ya que las aguas contaminadas son inexplotables para el consumo humano, para la industria o para la agricultura. Una gestión responsable del agua se hace necesaria, ya que el acceso al agua potable todavía no es universal: en 2010, cerca de 1.000 millones de seres humanos no tenían acceso a ella. A eso se suma el problema de la falta de saneamiento, primera causa de enfermedades en el mundo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula en este sentido que una buena gestión del agua permitiría evitar 1.400 millones de muertes infantiles por diarrea, 500.000 muertes por paludismo, 860.000 muertes infantiles por malnutrición y 280.000 muertes por ahogamiento.

Por último, muchos conflictos nacen en torno a este recurso indispensable. Algunas “protestas por el agua” empezaron a aparecer en India, Bangladesh, Senegal, en Túnez o en Perú, donde las manifestaciones causaron la muerte de una persona en septiembre de 2012. Más allá de esos conflictos internos, se observan muchos conflictos transfronterizos alrededor de la gestión de un recurso hídrico. Por ejemplo, está el conflicto entre Estados Unidos y México en relación al Río Grande, o el de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay que se disputan el reparto del acuífero guaraní, tercera reserva mundial de agua dulce subterránea. También hay muchas tensiones en África alrededor de las aguas del Nilo, del río Senegal o del lago Victoria. Asia y Medio Oriente tampoco quedan a salvo, con los conflictos relacionados con la construcción de diques, o los relativos al curso del río Jordán.

Una gobernanza necesaria

Sin embargo no todo el panorama es oscuro, y así como existen ejemplos de conflictos, hay también muchos otros de cooperación en torno a la gestión del agua. Así, la Organización para el Desarrollo del Río Senegal (OVMS) reúne a Mauritania, Senegal y Malí; la Comisión Internacional para la Protección del río Rin (CIPR) agrupa a nueve Estados y existe una Red Internacional de Organismos de Cuenca (RIOC). Asimismo, cada tres años se realiza un Foro Mundial del Agua, organizado por el Consejo Mundial del Agua.

Con una gobernanza lúcida y una cooperación entre Estados, la gestión de los recursos hídricos puede entonces hacerse de manera inteligente y eficaz. Una buena gobernanza es necesaria, ya que la relación entre la presencia física de recursos de agua y el acceso de la población a dichos recursos no es directa. Etiopía, por ejemplo, aunque esté regada por las aguas del Nilo, afronta problemas de sed, mientras que el Estado de Arizona en EEUU no los tiene. Así pues, uno de los Objetivos del Milenio para el Desarrollo (OMD) pautaba como blanco para 2015 disminuir a la mitad, en relación a 1990, la proporción de población sin acceso sostenible al agua potable y a la higiene básica. Si bien según un informe de la ONU de 2012 el objetivo parece haber sido alcanzado en términos de acceso al agua potable, la constatación es más sombría en términos de saneamiento. En efecto, en lo referente al agua potable el informe estima que en 2010 el 89% de la población mundial tenía acceso a fuentes de agua potable mejoradas, en comparación con el 76% en 1990. Sin embargo, no hay que olvidar que todavía 605 millones de personas no tendrán agua potable y que un 40% de esas personas se encuentran en África subsahariana.

En lo que respecta al saneamiento, el balance es todavía poco alentador, puesto que a fines de 2010 todavía 2.500 millones de personas, es decir alrededor del 35% de la población mundial, no disponían de ninguna instalación sanitaria según un informe de la OMS y el Unicef. Así pues, más del 80% de las aguas residuales en el mundo no son recolectadas ni tratadas, con las dramáticas consecuencias que eso acarrea para la salud humana. Se calcula actualmente, por ejemplo, que siete personas por minuto morirían por culpa de las aguas insalubres. Hace falta por lo tanto avanzar significativamente en este campo.

El agua impacta múltiples aspectos de nuestra sociedad, desde las necesidades más básicas hasta la producción industrial, pasando por nuestra salud. Su gestión adecuada es entonces primordial, considerando además que los recursos de agua del planeta son suficientes para satisfacer las necesidades de toda la población, pero con una mejor gobernanza que es necesaria. La gestión de este recurso debe hacerse de manera cooperativa e incluyente, tomando en cuenta el ciclo entero de uso del agua y cada uno de sus usos, como por ejemplo el consumo humano, el riego o los usos industriales y sus consecuencias como la contaminación, el desvío de cursos de agua, la desecación, etc. Para terminar, el aumento de la población mundial representa una presión suplementaria importante, en particular porque se calcula que la demanda global de alimentos aumentaría en un 70% de aquí al año 2050 y la agricultura representa el 70% de la demanda de agua. Una gestión responsable de este “oro azul” es por lo tanto imperativa.