AMAZONIA

En el curso de la historia hay ciudades, regiones o territorios que tienen una importancia particular, donde el destino de un pueblo, de una sociedad o incluso de la Tierra entera se encuentra en una encrucijada. La Amazonia es, con sus 7 millones de kilómetros cuadrados de superficie- uno de esos espacios, y concentra las contradicciones principales de nuestra época: es un océano de vegetación, territorio inmenso atravesado por el rio más largo del mundo, con sus 6.275 kilómetros de longitud, pulmón del planeta, y está siendo cada vez más vulnerada por la deforestación salvaje, la explotación minera predadora y la urbanización caótica. Entrecortada por los Estados-nación, cuyas fronteras no siguen el curso de los ríos ni se amoldan al hábitat de las comunidades humanas -principalmente de los pueblos originarios de la región-, la Amazonia permanece fragmentada por límites que no se corresponden con los tiempos de la mundialización actual y, a pesar de que los pueblos que la habitan han logrado conservar hasta ahora el potencial de su biodiversidad, sufre de una mala gobernanza y está totalmente desprovista de una gestión colectiva y coherente de sus recursos[ref]¿Qué Amazonas necesita el mundo? Serie Cuadernos de Propuestas del Foro por una nueva Gobernanza Mundial. http://www.world-governance.org/spip.php?article404&lang=es[/ref].

El problema de la gobernanza de la Amazonia refleja casi como un espejo fiel las problemáticas centrales de la gobernanza mundial, tanto desde lo ecológico como desde lo económico, lo social y lo político (gestión de los bienes comunes, articulación de los niveles de gobernanza, diversidad de actores, relación de los seres humanos con la biosfera): si es un inmenso bien común de la humanidad -porque es un pulmón vital para el porvenir de todos los seres humanos- ¿quiénes son los actores y cuáles serían los modos eficaces y justos para gestionarla? En este sentido, la Amazonia puede ser tanto fuente de vida como de muerte, según se la atesore o se la comparta, se la destruya o se la preserve.

En este comienzo de siglo, la región está siendo víctima de múltiples atropellos: la explotación de la madera en condiciones ilegales en prácticamente el 90% de los casos; la conquista de tierras agrícolas por la deforestación, donde bosques enteros son cortados para poder hacer plantaciones de soja o criar ganado vacuno, dos productos de los cuales Brasil es uno de los principales exportadores del mundo; la extracción minera, puesto que el subsuelo de la región de la Amazonia es muy rico en oro, en hierro y en cobre y, por último, la producción de la energía eléctrica, ya que los afluentes y el río Amazonas mismo aportan más de dos tercios del potencial hidroeléctrico de Brasil. La Amazonia cuenta con más del 20% de las aguas dulces de la superficie del planeta, es una zona que alberga grandes yacimientos de petróleo y es un terreno fértil para la producción de agrocarburantes que pueden reemplazar las fuentes de energía fósil.

La región está repartida entre ocho países: Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, la Guyana, Surinam y un enclave colonial, la Guyana francesa. Si bien existe un tratado de cooperación internacional firmado entre todos esos países en 1978, el objetivo del mismo fue principalmente la seguridad de las fronteras nacionales, que están atravesadas por la vegetación y que, además, no se corresponden con el emplazamiento de las centenas de pueblos originarios que aún habitan la región. Tendemos a imaginar la Amazonia como un continente verde de vegetación. En realidad se trata de una idea falsa, puesto que la zona está poblada por más de 21 millones de habitantes y la población urbana es allí ampliamente mayoritaria (más del 70%) y sigue creciendo, a un ritmo que la ha triplicado entre 1980 y 2010. La expansión de las ciudades en la región de la Amazonia es por lo tanto de un crecimiento anárquico, hecho que acarrea problemas de urbanizaciones precarias y de poblaciones viviendo en condiciones de higiene y salud muy deterioradas.

La Amazonia es sobre todo conocida por ser la primera reserva biológica de la Tierra. Pero la explotación brutal de sus recursos (tanto de la madera y de las especies vivas como de los recursos mineros y del agua) provoca una disminución peligrosa de su superficie en tanto pulmón del planeta. Prácticamente el 20% de los árboles de la región han desaparecido a partir de los años ‘70 y un 15% ya pueden considerarse como completamente degradados o deteriorados. En consecuencia, la protección de la Amazonia es una tarea que no sólo incumbe a los Estados, sino que es un problema de todos los habitantes del planeta. En este sentido, la crisis del petróleo y la creciente demanda de combustible del mundo colocan a esta región entre el yunque y el martillo planteando una contradicción flagrante: se ocupan esas tierras para producir agrocarburantes que puedan reemplazar al petróleo y reducir las emisiones de CO2, pero esto se hace en detrimento del bosque mismo, por lo que termina resultando un absurdo energético.

La Amazonia es el escenario de un juego múltiple de actores muy variados entre los que se encuentran las grandes empresas, los organismos financieros internacionales, las agencias de financiamiento, los proyectos del propio Estado brasilero, los bandidos que actúan en la región, los grandes laboratorios farmacéuticos, los intereses de las autoridades locales (gobernadores), etc. Todos estos actores, de un modo u otro, van depredando la zona. Por otro lado hay muchos otros pueblos y sectores, como los pueblos indígenas, lo que los brasileros llaman los quilombolas, que son los poblados de aquellos esclavos que llegaron del África pero que huyeron y se instalaron en lo que se llama los “quilombos”, los trabajadores rurales, principalmente los “seringueiros”, que son los que explotan los árboles para extraer el caucho. Hay además muchas organizaciones campesinas en la zona, de las iglesias, como la Comisión Pastoral de la Tierra, hay movimientos urbanos en Belem, en Altamira, hay muchas organizaciones de mujeres, de radios comunitarias, etc. Pero todos estos sectores se encuentran totalmente dispersos y fragmentados y entre ellos tampoco hay una cooperación fluida. Hay trabajadores que van deforestando por salarios precarios, miserables, y que se oponen a los pueblos originarios que quieren mantener los bosques o quieren usufructuar de esos bosques para obtener de los organismos financieros internacionales (del Banco Mundial y del mismo gobierno brasilero) una suerte de alquiler que les permita a ellos mantener los bosques para asegurar la producción del CO2.

A pesar de todas estas fragilidades, a pesar de todos los peligros que conlleva este gran biotopo y este pulmón del planeta, la región de la Amazonia puede convertirse en uno de esos lugares esenciales capaz de brindarle a la humanidad recursos biológicos, políticos y culturales para una nueva gobernanza mundial y para la creación de una relación fecunda de los pueblos con la biosfera, a través de una articulación conjunta entre los Estados que la ocupan, los pueblos que la habitan y los habitantes del planeta, marcada por la cooperación y la responsabilidad compartida.

Tal vez la Amazonia nos enseñe que hay que encontrar equilibrios para hacer funcionar la gobernanza mundial a imagen y semejanza del funcionamiento de sus grandes ecosistemas naturales. En efecto, una vía hacia la gestión sustentable de la región debería incluir, como mínimo, la articulación de instancias de regulación desde lo local hasta lo global con un verdadero poder de acción y de control en todos los niveles, incluyendo conocimientos prácticos y planeamientos teóricos. El desafío es demasiado grande para dejarlo en manos de unos pocos actores, sean cuales fueren, y la emblemática diversidad de la Amazonia requiere para su gestión de un entramado de actores igualmente diverso, múltiple y numeroso. Por su extensión y complejidad, no puede quedar a cargo de un solo país. Por su valor, no debería quedar en manos de una instancia supranacional que favorezca a los países históricamente dominantes a nivel mundial.

Es por ello que el río Amazonas, el bosque de la Amazonia y toda esta región constituyen un verdadero laboratorio. No cualquier laboratorio, sino un espacio de investigación humano y natural de un valor inestimable, tanto para la vida del planeta como para la construcción de una gobernanza mundial sustentable y justa.