Indignarse no es suficiente.
Ocupar pacíficamente las plazas del mundo y generar en ellas demandas mediante procesos asamblearios abiertos a toda la ciudadanía, reinventando una democracia en decadencia y ofreciendo soluciones justas y realistas ante una crisis económica y social de proporciones brutales, tampoco.
La clase política en muchos países del mundo, respaldada por la gran economía y por las finanzas, demuestra una profunda sordera y una perpetua incapacidad de reacción. Sabe, y hasta algunos mandatarios tienen la vergüenza de reconocerlo, que los revolucionarios árabes, los “indignados” del Sur de Europa o los manifestantes de Estados Unidos y otras partes del mundo, han de volver tarde o temprano a sus casas y a sus trabajos. Tiene, en favor de su silenciosa agenda elitista hacia el suicidio civilizatorio, no sólo la prerrogativa legal del uso de la violencia, sino sobre todo la alianza de poderosas máquinas mediáticas que trabajan cada día, en cada noticiero, en cada debate, programa de entretenimiento o anuncio publicitario, para silenciar, adormecer, ridiculizar, manipular o incluso criminalizar, a millones de voces exigiendo un verdadero desempeño democrático, al tiempo que distrae a las mayorías silenciosas aún no suficientemente concienciadas de la tragedia actual y las que se avecinan.
Mientras, los Estados no negocian la resolución de la crisis sino que al tiempo que predican en Europa una falsa inevitabilidad de los recortes sociales, en otras regiones la continencia en el desarrollo de servicios públicos, y en todas partes privatizaciones, salvan a los sectores financieros que han generado la recesión, pidiéndoles a cambio reformas que son sin duda insuficientes o desencaminadas para detener el huracán especulativo que desde los años 1990 va saltando alrededor del mundo, de región en región y de sector productivo en sector productivo, dejando sólo destrucción a su paso. Finalmente, las instituciones internacionales, dependientes económicamente de los Estados, se encuentran atadas de pies y manos, excepto aquellas que como el Banco Mundial, el FMI, la OMC, el Consejo de Estabilidad Financiera y otros, tienen por objetivo garantizar el desarrollo del orden neoliberal establecido sin importar que el mundo llegue a hundirse en la miseria o a romperse en pedazos.
En los primeros meses de 2011 la primavera árabe sorprendió al mundo con multitudinarios movimientos pro-democracia en Túnez, Egipto, Yemen, Libia y Siria que se extendieron a otros países y que lograron derrocar cuatro dictaduras, provocar cambios gubernamentales en otros países y desgraciadamente desembocar en dos guerras civiles, una en Libia durante 2011 y otra en Siria que continúa a finales de 2012. A partir de mayo de 2011 la chispa saltó el Mediterráneo con la aparición del movimiento 15M o de “indignados” en España y en Grecia, en este último país como continuación de un movimiento de protestas contra la austeridad iniciado en 2010. El movimiento toma su nombre del pequeño libro Indignez-vous, publicado ese mismo año, en el cual el autor, Stéphane Hessel, ex resistente y diplomático francés que había participado en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, incita a los jóvenes a la insurrección pacífica contra el sistema. En septiembre el movimiento Occupy arrancó en Nueva York y se extendió por Estados Unidos mientras que la movilización mundial del 15 de octubre, segunda protesta global simultánea después de la histórica del 15 de febrero de 2003 contra la ocupación de Irak, alentó la formación o consolidó los movimientos de indignados y muchos otros que salieron a la calle en más de 1000 ciudades de 90 países, pero cuyo dinamismo no acabó aquel día sino que ha continuado activo en muchos puntos de la geografía mundial.
Las protestas se desarrollaron en función de agendas y necesidades propias, con velocidad y ritmo diferentes. Si en los países árabes el objetivo inmediato era derrocar los regímenes inmovilistas existentes, tanto en esta región como más adelante en el resto del mundo, las demandas cubrían un variado espectro de cambios relacionados con las libertades civiles, con la organización política, con el modelo económico y con los servicios públicos. Entre las denuncias presentes en casi todas las movilizaciones había el encarecimiento de la vida; la falta de puestos de trabajo; la corrupción generalizada de gobiernos y autoridades; la ausencia, deterioro, privatización o supresión (según los países) de muchos servicios públicos; y la ausencia o deterioro de los derechos y libertades civiles y políticas de toda la ciudadanía o de minorías específicas (según los países) como migrantes, presos, minorías nacionales, religiosas, de orientación sexual, etc. Si en los países árabes la dimisión de los dictadores y la celebración de elecciones conformaban el objetivo irrenunciable de las protestas, en Europa, Estados Unidos y algunos otros una crítica enorme se dirigió hacia los bancos y la clase financiera y especulativa sin olvidar la parte de complicidad de otros sectores como la política o la prensa. En algunos países se desarrollaron movilizaciones en torno a cuestiones específicas como la educación en Chile (con revueltas estudiantiles precedentes en 2006 y 2008), en la República Dominicana y en Quebec, la corrupción política en la India o la libertad de expresión y los media en México, entre otros. Pero fue la pequeña Islandia la que con antelación ya había dado una lección de ciudadanía: a unas protestas en 2008 y 2009 por la terrible crisis financiera del país, se siguió la dimisión del gobierno y el desarrollo de un proceso ciudadano constituyente en varias fases (foros ciudadanos, asamblea ciudadana, consejo constitucional ciudadano) que dio lugar a una nueva carta magna ratificada en referéndum en 2012. En paralelo se celebraron otros referéndums sobre el pago de la deuda bancaria y se llevó a juicio al anterior primer ministro por su responsabilidad en la crisis.
Pero a pesar de que en todo el mundo fueron millones los que salieron a la calle, tomaron las plazas, hicieron caer regímenes y revitalizaron la democracia; la crisis financiera y económica, imprevista o tal vez orquestada para frenar el desarrollo y la democracia de unos, y desmantelar el bienestar de otros, continúa desestabilizando el mundo a un ritmo imparable. Durante este tiempo en el mundo árabe se han detenido o revertido los logros democráticos conseguidos; en Europa se continúan aplicando políticas de austeridad; en la India no se aprueban las demandas ciudadanas contra la corrupción; en Estados Unidos Obama avanza muy despacio zarandeado por la presión conservadora; en algunos países de África las movilizaciones se reprimen sangrientamente; en otros son limitadas porque sin un mínimo sustento las mayorías no pueden entender y adquirir compromisos sociales; en China, movimientos ciudadanos espontáneos se rebelan contra la corrupción y contra la intoxicación ambiental pero la presión del régimen les aísla del mundo; y América Latina, a pesar de vivir una de las mejores etapas de su historia, todavía no acierta a resolver adecuadamente las diversas necesidades de sus habitantes.
Si la repercusión política y social de la indignación, a escala local y regional, ha sido así insuficiente, a escala mundial, ninguna institución ha escuchado la voz de los indignados. La marea ciudadana global todavía no ha tenido ninguna consecuencia política.
Se han ocupado las plazas pacíficamente, se han debatido soluciones, se han intentado rodear parlamentos y ocupar puntualmente ciertos símbolos de poder, se han celebrado referendos y juicios simbólicos, se han hecho huelgas generales y otras muchas acciones… pero todo ello, hasta ahora, no ha sido suficiente, ¿Qué más puede hacerse pacíficamente, que no se haya intentado ya?
Nadie lo sabe con certeza, pues depende de lo que los movimientos y asambleas, abiertos a toda la ciudadanía, decidan hacer en el futuro. A finales de 2012 la mayoría de estos movimientos han decrecido o se han detenido en muchos países, pero los motivos así como la capacidad para reorganizarse está latente, y las injustas causas que los ocasionaron, la recesión mundial acompañada de un deterioro de la democracia y de los servicios públicos, y el enriquecimiento de las élites, siguen reproduciéndose y agudizándose. En esta oleada de dos años, la ciudadanía ha sido capaz de medir sus fuerzas y organizarse pacíficamente en masas en diferentes continentes. También se ha aprendido la lección de los aciertos y errores que contribuirá a preparar movilizaciones y acciones futuras. He aquí algunas ideas que pueden aportarse para alimentar el debate del futuro de la indignación y de la necesaria revolución mundial:
Exigir cambios profundos y efectivos en todas las constituciones. Renta básica universal, salarios mínimos y máximos, agua, educación y sanidad gratuitos, transportes subvencionados, alimentación, vivienda y trabajo dignos garantizada para todos, derechos de la naturaleza, democracia directa y participativa, severas medidas anticorrupción, democratización de las empresas, rendición de cuentas, etc., ante un mercado poderosísimo, la ciudadanía sólo puede ejercer presión legal en sus propios Estados, pero el cambio constitucional de algunos de ellos, en la misma dirección y en varios continentes, tal como ya ocurre en América Latina, sentaría un precedente mundial.
Concretar y aumentar los temas mundiales en las demandas ciudadanas. Las propuestas de los diferentes movimientos apenas mencionan el nivel global. Si lo hacen, es de manera breve, imprecisa y poco significativa. Sin embargo es en esta escala en la que se toman las decisiones que conciernen la crisis y el orden político y social que deriva de ella. Quizás una red internacional informal de personas o grupos comprometidos debería velar para que se debatan problemas y propuestas de alcance mundial en las asambleas y movimientos de cada ciudad o país.
Potenciar el valor de las listas de demandas. Los medios de comunicación y la ciudadanía, son emisores y a la vez recipientes de una imagen de los indignados y otros movimientos de protesta que no da a las listas de demandas elaboradas con enorme esfuerzo en las asambleas el lugar que se merecen: el primero y fundamental. Las demandas son como los programas electorales o las constituciones que el sistema político vigente impide elaborar. Deben tener valor de mandato para sus defensores. Estos pueden desarrollar campañas y hojas de ruta para la consecución de estas demandas, que definan horizontes necesarios en los movimientos y ayuden a intensificar la presión ciudadana hacia los cambios necesarios.
Huelgas generales indefinidas. Dada la reducida capacidad de escucha de los gobiernos, los sindicatos deben comprometerse para organizar huelgas indefinidas que paralicen países enteros y obliguen a los gobiernos a negociar.
Mayor y mejor articulación internacional de las acciones. Si estas huelgas se realizan de manera simultánea y los movimientos de los diferentes países han coordinado sus demandas internacionales, se podría negociar directamente una transformación de las instituciones y de la gobernanza mundial. A falta de huelgas indefinidas deben intensificarse otras acciones internacionales como por ejemplo los “días de acción global”.
Votar partidos o corrientes transformadoras. Capaces de cuestionar el capitalismo y la democracia representativa y proponer transiciones hacia modelos de sociedad alternativos que pueden recibir diferentes nombres, como ya ocurre en algunos países de América Latina, y que incluyan planes concretos para una real intensificación democrática. Si estos partidos no existen en algunos países, deben generarse esfuerzos para su creación y promoción, o presionar a los partidos existentes para desarrollar programas transformadores.
Adaptar la experiencia islandesa. Desarrollar consultas ciudadanas con objetivos constituyentes y presionar al Estado para su reconocimiento e inclusión en el proceso. Desarrollar por éste u otros métodos nuevas constituciones y leyes que frenen la dominación de los mercados sobre la sociedad y el medioambiente. Inhabilitar, juzgar y sancionar a banqueros, políticos y otros actores de la crisis.