OLIMPISMO

El movimiento olímpico nace a fines del siglo XIX por iniciativa de Pierre de Coubertin. El período de entreguerras de 1870-1914 es fértil en lo intelectual, donde se cristalizan los movimientos humanistas herederos del Iluminismo y los movimientos pacifistas que se oponen a las violencias generadas por los conflictos modernos, que ahora afectan de lleno a las poblaciones civiles. Es una época en la que se cree firmemente en el progreso y en el avance de la historia hacia un mundo mejor. El individuo es celebrado como el vector de dicho progreso y, para elevarlo, se predica a través de la educación cultivar una mente y un cuerpo sanos. Para ello, los ingleses (y los norteamericanos) inventan o reinventan el deporte de competencia moderno en sus universidades y establecen la mayoría de los reglamentos todavía vigentes en la actualidad (fútbol, rugby, golf, tenis y remo, baloncesto y béisbol, por citar sólo algunos ejemplos). Al mismo tiempo, el ascenso de las grandes ideologías universalistas y de los nacionalismos genera una competencia exacerbada entre países, que algunos tratarán de canalizar hacia actividades pacíficas como el deporte. Así pues, el deporte es al mismo tiempo una manera de celebrar las potencialidades del individuo y de encontrar una canalización positiva para las tensiones que llevan a pueblos y a países a enfrentarse de manera conflictiva.

Coubertin es un humanista que ve en la celebración del deporte un medio para reabsorber esas tensiones. A la inversa de los anglosajones que inventan y codifican nuevos deportes, Coubertin prefiere buscar en el pasado, particularmente en la edad de oro de la Antigüedad, las raíces para su visión de una competencia deportiva capaz de acercar a los pueblos exaltando las virtudes de frescor y energía de la juventud. Con ese espíritu reinventa los Juegos Olímpicos en 1894, en un momento en que se organizan también otras competencias deportivas importantes: Liège-Bastogne-Liège, por ejemplo, uno de los “monumentos” del ciclismo cuyo prestigio sigue intacto hasta hoy, tiene su primera edición en ese mismo año. Los JJOO modernos, organizados esa primera vez en Atenas, con el objetivo de simbolizar el vínculo entre la época antigua y la moderna, se van afirmando con el correr del tiempo como una de las tres competencias internacionales de mayor envergadura, junto con el Tour de Francia (1ra edición en 1903, durante mucho tiempo organizado anualmente en equipos nacionales) y el Mundial de Fútbol (1ra edición en 1930).

La organización de los JJOO, donde se mezclan las pruebas clásicas (carreras, saltos, lanzamientos, lucha, tiro con arco) y las pruebas modernas irá creciendo regularmente con el correr de las décadas, tanto en términos de participantes y de pruebas como a nivel de la cobertura mediática y de los costos generados por la organización de un evento que, a partir de 1924, se divide en competencias de verano y de invierno (en el mismo año y, desde 1994, desfasado sobre dos años).

Los principios fundamentales del Olimpismo están consignados en la Carta Olímpica, cuyos dos primeros preceptos resumen el espíritu general:

1. El Olimpismo es una filosofía de vida que exalta y combina en una totalidad equilibrada las cualidades del cuerpo, de la voluntad y de la mente. Aliando el deporte a la cultura y a la educación, el Olimpismo busca crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo y el respeto de los principios éticos fundamentales universales.

2. El objetivo del Olimpismo es poner al deporte al servicio del desarrollo armonioso del hombre con vistas a promover una sociedad pacífica, preocupada por preservar la dignidad humana.

Si bien globalmente podemos decir que los Juegos Olímpicos promovieron esta “filosofía de vida” generando un movimiento universal hacia la práctica de deporte, en particular en las escuelas, es innegable también que han engendrado prácticas menos acordes con sus principios fundamentales, esencialmente porque se han hecho tan famosos como sabemos. El aprovechamiento político de los Juegos, principal enemigo del Olimpismo, se instaló de manera duradera y nefasta en su propia organización. Cabe recordar de qué manera los JJOO fueron explotados por la propaganda de Hitler (Juegos de Berlín en 1936) o por la -más benigna- de las autoridades chinas (Juegos de Pekín, 2008), cómo se convirtieron en rehén de la Guerra Fría (boicots de los Juegos de Moscú en 1980 y de Los Ángeles en 1984) y de qué modo fueron el triste blanco de los terroristas (Juegos de Múnich, 1972). Con menor frecuencia fueron escenario de reivindicaciones o manifestaciones políticas por parte de los atletas, como en México en 1968 (el famoso puño enguantado de los afroamericanos John Carlos y Tommie Smith).

Más allá de esos ejemplos extremos y en definitiva aislados, la organización de los Juegos en sí misma está sujeta a feroces competencias entre los países candidatos, a veces malsanas que han llegado a manchar la integridad del Comité Olímpico. El espíritu de competición en sí también ha sido ensuciado por todo tipo de trampas que, en algunas circunstancias, fueron planeadas por organismos nacionales creados para ello, con el propósito de inflar la recolección de medallas y realzar así el prestigio de la nación. En ese campo, los países totalitarios fueron los más activos, y el ejemplo más flagrante fue el de Alemania del Este, que había implementado un elaborado sistema de dopaje sumado a un condicionamiento mecánico y artificial de sus atletas que lo único que no promovía era un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo y el respeto de los principios éticos fundamentales universales. El concepto central de amateurismo defendido por Coubertin y sus herederos, que buscaba que el atleta estuviera motivado por ideales puros y no lucrativos, explotó en estos últimos años con la inevitable invasión de los intereses comerciales que se insertaron, para bien y para mal, en todos los poros de la competencia deportiva de alto nivel, sin que los JJOO queden fuera de ello, sino todo lo contrario. A modo de ejemplo, en los JJOO de Londres 2012, solo en derechos televisivos el comité internacional recibió US$592 millones. En los mismos, el Comité Olímpico Internacional tuvo once patrocinadores globales que pagaron más de US$957 millones por derechos mundiales para comercializar sus productos. Y los millones suman y siguen.

De un modo más general, la cobertura mediática de los Juegos, incluso en países abiertos como Francia y los Estados Unidos donde los medios son independientes, se hace con un estrecho espíritu nacionalista , cubriendo de manera casi exclusiva -lo que a veces raya con lo ridículo- a los representantes, gloriosos o no, de la nación en cuestión. La contabilización obsesiva de las medallas tampoco corresponde realmente a la ética universalista de Coubertin y podrá observarse en este ámbito que los resultados olímpicos  reflejan singularmente la jerarquía de las potencias políticas del mundo. Así pues, en Londres 2012, los cinco miembros del Consejo de Seguridad Permanente de las Naciones Unidas figuraban entre los siete primeros del cuadro de medallas obtenidas (Corea y Alemania por delante de Francia, 7a)

Por lo demás, y al igual que el Mundial de Fútbol, los JJOO constituyen uno de los pocos momentos en que el planeta puede comulgar en un acontecimiento único que, aunque se aleje de los ideales de sus padres fundadores, no deja de estar unido a los valores conformes al espíritu de competición y al respeto de las reglas vigentes para la práctica de los deportes en cuestión. En ausencia de un estado de derecho universal, este “estado de derecho” (universal) del deporte, donde todas las federaciones representadas actúan en conformidad con las directivas del Comité Olímpico Internacional, sigue siendo un ejemplo (circunscrito por cierto) de una gobernanza mundial (del deporte) sostenible y globalmente lograda.