Atenazada por la contienda maniquea entre las superpotencias de la Guerra Fría, marginada al papel de comparsa o a un silencio conformista durante la era de la ofensiva neoliberal planetaria que se inauguró en 1989, ocasionalmente roto por iniciativas formalmente prometedoras pero al fin y al cabo no suficientemente ambiciosas como los Objetivos del Milenio o de resultado todavía contradictorio como la Responsabilidad de Proteger (R2P), la Organización de las Naciones Unidas del siglo XXI debería refundarse urgentemente si no quiere sufrir la misma suerte que su predecesora. La Sociedad de Naciones, que ni siquiera consiguió embarcar a los Estados Unidos en su aventura, no pudo impedir que muchos de sus miembros se bajaran del tren a medida que la tensión prebélica crecía, y finalmente fue incapaz de impedir la Segunda Guerra Mundial.
¿Puede todavía la ONU jugar algún papel para mitigar o reorientar un contexto actual tan embarazoso y desconcertante como el de los años 1930, pero con características muy diferentes? En la actualidad, muchos especialistas prevén que las próximas décadas serán de turbulencias económico-políticas entre las naciones y las sociedades como resultado, por un lado, del empuje de las nuevas economías emergentes y de un nuevo mapa mundial de desigualdades resultante, más desordenado que el actual eje Norte-Sur. Por otro lado, mientras la ciudadanía no sea capaz de organizar un conjunto de respuestas coordinadas mundialmente y consensuar una visión y un modelo alternativo, el neoliberalismo seguirá presionando la humanidad con su agenda brutal, desalmada e injustificable y la brecha entre unos pocos afortunados y las inmensas mayorías desposeídas así como una naturaleza saqueada, nos conducirá irremediablemente a escenarios catastróficos mucho mayores que la ya aterradora crisis actual.
La ONU ha sido definida por algunos analistas críticos como el lobby mundial de los Estados-nación, en un mundo en que éstos van perdiendo legitimidad a medida que pierden también poder frente a otros actores o lo usan de modo inadecuado, es decir opuesto a la satisfacción de las necesidades sociales. En un contexto tan adverso y confuso y con un presupuesto irrisorio en proporción a su vasto mandato, la ONU difícilmente puede liderar el cambio que el mundo espera, sin embargo, con la ayuda de ciertos países e instituciones y entidades proactivas, puede inspirar, apoyar y facilitar alianzas con y entre otros actores mundiales (autoridades locales, sociedad civil, movimientos sociales, media internacionales comprometidos, etc.)
Quizás sea aconsejable no apostar demasiados números a una organización de futuro incierto, pero tampoco perderla de vista. A pesar de que el bloqueo insalvable de los intereses nacionales y privados la hace irreformable para muchos, no pocos exploradores de alternativas al neoliberalismo presionan e innovan en su seno consiguiendo resultados a veces, modificando la capacidad general de la organización para cambiar las cosas y ser menos cómplice del orden existente. La ONU, como uno de los “espacios de controversias” en el que puede decidirse el futuro del planeta, afronta una serie de desafíos que, a pesar de ser difícilmente asumibles en el contexto actual, no deberían ser ignorados. He aquí algunos de ellos:
Regionalizar el Consejo de Seguridad. Durante décadas los Estados han conseguido que el debate sobre la reforma del Consejo de Seguridad consistiera en determinar los criterios para admitir nuevos miembros permanentes, como la presencia de potencias económicas o demográficas, economías emergentes y otros países del Sur, o países representativos de regiones ausentes. Pero este debate ha derivado en un juego de suma cero donde a cada nuevo pretendiente le han salido países rivales que han cuestionado sus argumentos. Ante este atolladero, la asignación de puestos a las regiones (aconsejándose entre 7 y 20) en lugar de países, es una propuesta inclusiva e igualitaria que además influirá positivamente en los procesos de integración regional alrededor del mundo. En paralelo, el veto debe ser eliminado totalmente, o mantenido para todos los miembros en algunos temas.
Crear un Consejo Económico y Social y supeditar las instituciones financieras y comerciales a este organismo. Más allá del reordenamiento institucional en sí mismo, este cambio implica substituir el capitalismo como visión económica dominante que emana del Banco Mundial, el FMI, la OMC y otros, por un humanismo solidario y sostenible. No se trata de promover una “economía verde”, es decir un capitalismo que mercantiliza productos menos contaminantes o generadores de recursos, pero que sigue concentrando los beneficios y aumentando las desigualdades, sino de promover una “biocivilización”: un paradigma alternativo de convivencia equilibrada y respetuosa entre las personas, las sociedades y el planeta. Para empezar, esto implica el desarrollo de una regulación fuerte sobre las finanzas y los mercados mundiales en favor de las personas.
Dotar de mayor presupuesto y competencias a las diferentes organizaciones miembros: OIT, PNUD, PNUMA, FAO, UNESCO, OMS, etc. para fortalecer el buen trabajo hecho hasta ahora a pesar de la asfixia presupuestaria a la que los países someten a la ONU. Por ejemplo, en el campo de los esfuerzos para el consenso internacional entorno a diferentes negociaciones y acuerdos temáticos globales.
Crear una pequeña unidad militar rápida de intervención. Dejar en manos de países particulares la Responsabilidad de Proteger (R2P), concepto heredero del derecho de injerencia humanitaria, no es una opción segura a medio plazo pues aunque a veces parece desarrollarse ordenadamente y sin abusos como la intervención francesa en Mali hasta enero del 2013, no existen garantías y de hecho muchas experiencias históricas y recientes muestran lo contrario: la preeminencia de intereses económicos, geopolíticos u otros y de abusos de diferentes tipos por parte del país o grupo de países pacificadores.
Promover una agenda alternativa post 2015. Los ODM (ver *Objetivos del Milenio) de Naciones Unidas representan la primera tentativa histórica de una agenda mundial. Durante 2013 se están celebrando consultas para definir una agenda posterior a 2015, año de vencimiento de éstos objetivos. Sin embargo no está previsto que la nueva agenda afronte impedimentos fundamentales para la consecución de una sociedad justa tales como la financiarización, la militarización, el extraccionismo, las desigualdades o la acumulación de riqueza en pocas manos.
Contribuir a un Parlamento Mundial Ciudadano y a una gobernanza mundial en red. La ONU, representante de los Estados-nación, no debe aspirar a ser un organismo aglutinador de otros actores e instituciones emergentes pero podría apoyar e inspirar su futura organización a escala mundial. Por ejemplo, junto a ciertos Estados y actores no estatales puede apoyar la creación de un parlamento ciudadano del planeta que a su vez emprenda un proceso constituyente de la comunidad mundial y más adelante construya un marco normativo o arquitectura jurídica planetaria. La transición del actual sistema de naciones a una futura gobernanza en red no debe hacerse mediante el acaparamiento de futuros poderes mundiales sino mediante la invitación a los actores con vocación de interés general (es decir, todos excepto las empresas y grupos de negocios capitalistas e incluyendo especialmente la base ciudadana) a debatir sobre el estado general del planeta.