La Pachamama es la Madre Tierra. Corresponde a una de las tres dimensiones del mundo andino. Una de ellas es el mundo de los Seres Vivos, particularmente de las comunidades humanas, con su compleja diversidad de pueblos organizados en estructuras locales y regionales y habitantes de distintos niveles o pisos ecológicos articulados entre sí, que existieron en los Andes y en los valles y que, a pesar de la colonización y la estructuración de Estados nacionales, están vigentes. Otra dimensión es la espiritual, que no sólo incluye a los antepasados sino también a los espíritus de las montañas y los astros. La tercera es entonces la Pachamama. Ésta se asemeja a la noción de Naturaleza del mundo llamado “occidental”, pero en la cosmovisión andina no se trata solamente de plantas, animales, piedras o agua.
En el mundo andino, la Naturaleza no es lo exterior a los humanos ni mucho menos es sólo una fuente de recursos para la explotación minera, agrícola o industrial. La noción de Pachamama, de Madre Tierra, es algo más profundo y más complejo. Constituye en sí misma una entidad viva con una dignidad propia, con la cual los humanos deben establecer una relación de reciprocidad y sobre todo de respeto. Por eso se puede traducir Pachamama como “Madre” Tierra. Incluso en algunas Constituciones de algunos Estados del mundo andino, en particular en el boliviano, la Madre Tierra tiene derechos. Esta noción de los derechos de la Madre Tierra ha sido respaldada por los gobiernos latinoamericanos, que en una reunión realizada en junio de 2012 -en preparación de la conferencia de las Naciones Unidas de Río + 20- declararon públicamente la necesidad de que las Naciones Unidas adoptaran una Declaración de los Derechos de la Madre Tierra.
La pertinencia de la noción de Pachamama expresa entonces una búsqueda de refundar la relación de los seres humanos con la biosfera. Su importancia se acrecentó a lo largo de los años ‘50, con la amenaza de un cataclismo nuclear, y desde los años ‘80 con los primeros indicios del rápido y preocupante deterioro del denominado medioambiente y la toma de conciencia de que el modo de producción y consumo del último medio siglo, con todos sus excesos, ha llevado a una etapa crítica en la historia en donde el ser humano no sólo puede llegar a autodestruirse como especie sino que también es capaz de destruir su propio planeta.
La noción de Madre Tierra, de Pachamama, ha influido en círculos académicos y asociativos no sólo de América del Sur sino también de América del Norte. En Estados Unidos principalmente ya se han publicado cientos de libros y artículos en universidades y editoras sobre la noción de Madre Tierra. Para citar un ejemplo, el libro The Dream of the Earth (Sierra Club, 1988) del importante intelectual norteamericano Thomas Berry ha influido considerablemente en medios intelectuales y asociativos en el Norte y numerosas ONGs y redes sociales se inspiran de estas nociones. Una “Alianza Pachamama” existe en San Francisco y la iniciativa de la “Carta de la Tierra”, que algunos proponen renombrar como la “Carta de la Madre Tierra”, viene siendo impulsada desde los años ‘90 por activistas, ecologistas, dirigentes empresariales, intelectuales, responsables de fundaciones y funcionarios de las Naciones Unidas.
La Pachamama tiene un amplio camino por delante, pero aún tiene mucho que recorrer. Por el momento sigue enmarcada en el continente americano, en América andina más precisamente. Ciertamente tiene equivalentes en África, en Asia, en Oceanía y también en Europa, pero la complejidad que la noción de Pachamama conlleva y la inercia de concepciones racionalistas sobre la relación de los seres humanos con la naturaleza hacen que la noción de Madre Tierra tenga aún múltiples obstáculos por superar, sobre todo aquellos que le oponen los medios científicos y filosóficos del establishment intelectual. Sin embargo, su valorización constituye uno de los pilares éticos y filosóficos capaces de sustentar las bases de una nueva arquitectura de la gobernanza mundial.