PAZ

La paz es central para la gobernanza mundial. Es su principal motivación y su objetivo primordial. Hasta fines del siglo XX, la paz constituyó casi la única preocupación de los dirigentes políticos a nivel global, antes de que aparecieran otros problemas ligados a la mundialización, y sobre todo al deterioro del medioambiente natural. Raymond Aron la definió del siguiente modo: “Suspensión, más o menos duradera, de las modalidades violentas de la rivalidad entre unidades políticas” (Paz y Guerra entre las naciones).

Tipología de la paz

Si nos referimos a las formas de paz que han tenido lugar en el transcurso de la historia, podemos proponer la siguiente tipología:

Paz por dominación: un Estado, generalmente un imperio, impone la paz a través de la autoridad indiscutida que ejerce sobre un territorio y/o sobre poblaciones (Roma, Imperio Mongol, Imperio Británico).

Paz por hegemonía: un Estado impone la paz por la superioridad indiscutible (R. Aron) que ejerce sobre los otros Estados en una región determinada (Estados Unidos al comenzar el siglo XX sobre una parte del continente americano)

Paz por equilibrio: al no ser ningún Estado capaz de dominar a los otros o estar por encima de ellos, se instaura un sistema natural de equilibrio entre las potencias regido por las relaciones de fuerza. De común acuerdo, este sistema puede autorregularse a través de reglas tácitas entre los países involucrados (Europa entre 1648 y 1789).

Paz por disuasión: la amenaza de un conflicto que puede tener como consecuencia la de destruir a las partes involucradas hace que estas últimas rechacen la confrontación directa gracias a un cálculo racional (Estados Unidos y la URSS durante la Guerra Fría, con la amenaza nuclear como telón de fondo).

Paz por democracia: todos los estudios y la experiencia histórica demuestran que un conjunto homogéneo de países democráticos es naturalmente refractario a la guerra. Aunque las razones de este fenómeno no están completamente claras, la realidad es indiscutible (Europa/UE después de 1945, América del Sur desde los años 1990).

Paz por renunciamiento: un país renuncia a dotarse de ejército. Aunque extremadamente raro, es el caso de Costa Rica desde 1949, cuya seguridad es sin embrago garantizada de facto por los Estados Unidos.

Paz por neutralidad: un país se niega a sellar alianzas en el marco de un conflicto, lo que limita efectivamente su involucramiento en una guerra a la defensa de su territorio contra un ataque extranjero directo. El caso más conocido es el de la Confederación Helvética. Para ello, Suiza, contrariamente a Costa Rica, se dotó de un importante aparato de defensa ciudadana.

Paz por seguridad colectiva: por acuerdo voluntario, los Estados que participan en un sistema de seguridad colectiva se comprometen a intervenir juntos donde la paz se vea amenazada (Sociedad de las Naciones, Organización de las Naciones Unidas). En su forma ideal, este sistema parece ser el más apto para garantizar la paz. Sin embargo en la práctica presenta muchas deficiencias: falta de medios, falta de voluntad colectiva, preponderancia de los intereses nacionales en relación al interés colectivo.

La invención de la paz

Comparada con la guerra, de la cual es la antítesis, la paz ha sido durante mucho tiempo un tema de reflexión de segundo orden, dejado en manos de algunos filósofos locos. “La guerra, decía el jurista Henry Maine, parece tan vieja como la humanidad, mientras que la paz es un invento moderno”. En el siglo XIX nacen los primeros movimientos pacifistas y sólo después del horror de la Primera Guerra Mundial la paz cobra una verdadera dimensión. Junto con el desarrollo de las ciencias sociales en las universidades, la paz se transforma en un tema de investigación en sí misma, aun cuando a menudo siga estando vinculada de un modo inextricable a los estudios sobre la guerra o las “salidas de conflicto”.

Durante mucho tiempo la guerra fue percibida como un engranaje de la política y la paz como un momento entre dos conflictos armados, lo que a veces se designa como una paz “negativa”. Después de 1918, cuando la guerra comienza a ser considerada como un fracaso de la política y ya no como una situación natural, la paz se convierte de algún modo en el estado natural de las cosas, en resumidas cuentas, en una paz “positiva” más que en la simple ausencia de conflicto. “La paz inventada por los pensadores del Iluminismo, nos dice el historiador Michael Howard, es decir un orden internacional dentro del cual la guerra no juega ningún papel, fue deseada por generaciones de visionarios durante el transcurso de la historia, pero sólo hace dos siglos que es percibida por los dirigentes políticos como un objetivo realizable e incluso deseable.[ref]Michael Howard, The Invention of Peace, New Haven, Yale University Press, 2000, p. 3.[/ref]”

Antes de 1914 la paz era promovida por los políticos como la culminación de la política exterior, donde cada Estado buscaba una “paz favorable”, garantizada por el conflicto que precedía al tratado de paz. El juego político consistía en explotar las relaciones de fuerza de la manera más favorable posible, ejerciendo una presión militar y diplomática que pudiera desembocar en la mejor paz para ese momento. La paz era un objetivo y la guerra un instrumento para alcanzarlo. Durante mucho tiempo, esa relación entre guerra y paz no se percibía como algo paradójico.

César, Gengis Kan o Napoleón llevaron esa paradoja a su paroxismo, ya que su sed de conquista tenía por objetivo declarado garantizar una paz duradera en los territorios codiciados. A pesar de haber consagrado toda su política a consideraciones bélicas, Hitler declaraba querer la paz, siendo su accionar militar forzado según él por sus adversarios, que le negaban la paz que él considerada legítimamente suya. No obstante, ya en esa época la mentalidad había cambiado: Woodrow Wilson y sus compañeros habían tratado de imponer, después de 1918, un sistema llamado de “seguridad colectiva” que garantizara una paz duradera, para todos, brindando mecanismos que llevaran a ubicar el uso de las armas en un lugar de último recurso. Símbolo -que lamentablemente no será más que eso- de esa nueva mentalidad  es el Pacto Kellogg-Briand de 1928, que comprometía a las partes firmantes (incluyendo a Alemania, Italia y Japón…) a renunciar al uso de la fuerza para resolver disputas interestatales. Todavía en los años 2000, el presidente de EEUU George W. Bush estaba persuadido de que la guerra, que él desencadenó en Irak por motivos dudosos, sería el mejor medio para imponer en la región de Medio Oriente una paz favorable a los Estados Unidos.

Tras la guerra, la paz…o casi

Tras el cataclismo de 1939-1945 el mundo conoce un período de paz global casi sin precedentes en la historia. Sin embargo, dicha paz no fue para nada completa: hubo conflictos que surgían aquí y allá, a veces con consecuencias desastrosas, sobre todo sobre las poblaciones civiles. No obstante ello, el principal foco histórico de belicosidad, Europa, se transforma radical y rápidamente en una zona de paz. A nivel global, la paz relativa que reinó en el mundo resultó en gran parte del efecto “perverso” provocado por una nueva paradoja estratégica, la de la disuasión nuclear que, combinada con la nueva morfología bipolar del espacio geopolítico internacional, garantizó al mundo una estabilidad dudosa y a veces muy precaria (Crisis de los misiles de 1962).

Con el derrumbe del sistema bipolar en 1991, en contra de todas las expectativas y previsiones de la mayor parte de los observadores, esa paz imperfecta perduró -una vez más con importantes excepciones: Yugoslavia, Ruanda, Congo, Irak, Afganistán- por razones que siguen siendo inciertas. Quizás esta resiliencia resulte de la impronta del tiempo sobre la nueva mentalidad; quizás sea el efecto de la democratización del planeta político: sea como fuere, esta paz real pero incompleta y huidiza parece muy frágil a pesar de todo, tal como lo demuestra el hecho de que los gastos de defensa se mantuvieron a un nivel extremadamente elevado en los años 2010.

Desde el final de la Guerra Fría se manifestaron claramente dos tendencias. La primera es la desaparición casi total de los conflictos interestatales, es decir de las guerras entre Estados. Los conflictos de este tipo que aún perduran aparecen en su mayoría como residuos del pasado, tal como ocurre con el conflicto de Medio Oriente. La segunda tendencia es la resiliencia de los conflictos infraestatales, en otras palabras las guerras civiles, aun cuando su cantidad haya bajado desde 1991, contrariamente a lo que en general se cree.

Esta doble tendencia nos lleva a una constatación interesante: a nivel global, la ausencia o al menos la debilidad y las limitaciones de los mecanismos de gobernanza (mundial) vigentes no parecen haber engendrado un torrente de conflictos entre países, incluso entre los que mantienen diferendos entre sí. Esa debilidad a nivel de la gobernanza mundial parece repercutir en cambio en el plano interno en los países deficientes en materia de estado de derecho, en resumen aquéllos responsables de una mala gobernanza. La debilidad de los mecanismos globales de prevención de conflictos, de resolución de conflictos y de intervención en las zonas en guerra se corrobora por una ausencia de voluntad por parte de los dirigentes políticos y de la opinión pública (que se inflama por efecto mediático y acto seguido se pincha como un globo) para implicarse en conflictos que no representan una amenaza geoestratégica importante, o al menos una amenaza percibida o presentada como tal.

Resumiendo, la ausencia o casi ausencia de gobernanza a nivel global, asociada a la mala gobernanza a nivel local (nacional) obstaculiza de manera importante el establecimiento de la paz en zonas o países sujetos a conflictos armados cuyo origen, en todos o casi todos los casos, es de índole política (ejemplo muy claro de Siria). Lo que lleva a la conclusión, en cierta forma, de que la paz es, antes que nada, un problema político. Eso no significa que no sea un fenómeno complejo y pluridimensional que también se vincula con la psicología del individuo, la psiquis colectiva y la educación. Fenómeno que todavía tenemos que seguir descubriendo en muchos aspectos.

Manejar el cambio

Sin embargo, un factor parece determinar en gran parte la naturaleza de la paz: el cambio. El cambio social, económico, político o geopolítico, ya sea progresivo o radical, es de manera natural el primer enemigo de la paz, en la medida en que genera conflictos e inestabilidad. Los artífices de la paz westfaliana se habían apoyado en la elaboración de un sistema geopolítico capaz de frenar y hasta de impedir el cambio y, mientras pudieron hacerlo, el sistema se mostró eficaz. Pero ese mismo ejemplo tiende a probar que una empresa de esa índole es una quimera, ya que el mantenimiento perpetuo del statu quo es imposible en los hechos. El cambio forma parte integrante de la condición humana. La capacidad para anticipar y manejar el cambio es pues la primera modalidad de la paz y la principal razón de ser de sus artífices.