POBREZA RIQUEZA

Existen numerosos estudios de las agencias de las Naciones Unidas y del Banco Mundial consagrados a la pobreza y a la extrema pobreza. Hay también muchas publicaciones universitarias y de centros de estudios dedicadas a la cuestión de la pobreza, pero hay menos estudios y publicaciones sobre la riqueza y menos aún sobre la extrema riqueza.

Lo que es muy difícil encontrar son estudios y propuestas sobre la relación entre la pobreza y la riqueza -y más aún entre la extrema pobreza y la extrema riqueza- cuando es evidente que no se puede pensar una sin la otra. Sobre la pobreza hay estudios que afirman que ésta ha ido disminuyendo en los últimos años, principalmente gracias al proceso de mundialización. El aumento del comercio mundial y sobre todo la entrada de China, India Brasil y otros países del Sur a la dinámica del crecimiento ha significado que vastos sectores pobres del campo y de las ciudades hoy sean menos pobres que antes.

El problema es que la medición de la pobreza y de la extrema pobreza es una cuestión difícil y por cierto discutible. Hay indicadores del Banco Mundial que señalan progresos en la erradicación del hambre desde comienzos de los años ‘90. La proporción de las personas que sufren de hambre, según estos informes, ha pasado del 20 % en 1990-1992 al 16% en 2004-2006. Pero estos resultados se han invertido a partir de 2008, en gran parte en razón del alza de los precios de los bienes alimenticios. Durante el período que va de 1990 a 2005 el número de personas que vivía con menos de 1,25 dólares por día pasó de 1.800 a 1.400 millones, antes de la crisis económica y de la explosión de los precios de los alimentos. Hoy los indicadores muestran que esos grandes avances en la lucha contra la extrema pobreza corren el riesgo de estancarse, aun si todos los datos para comprender el impacto global del reciente enlentecimiento económico todavía no están disponibles para todos los países y todo el mundo. En todo caso se calcula que en 2009 se sumaron cerca de 100 millones de personas a las que ya vivían en la extrema pobreza antes de ese período.

Es evidente que la pobreza y la extrema pobreza no son situaciones que se pueden medir exclusivamente con indicadores monetarios y en dólares. La pobreza abarca múltiples dimensiones que incluyen las cuestiones de educación, de salud, de trabajo, de vivienda, de alimentación, etc. Por ejemplo, si bien los niveles de alfabetización han aumentado en los últimos años -en muchas regiones del Sur y principalmente en zonas rurales, tanto de África como de Latinoamérica- la deserción escolar también ha ido en aumento. La privatización de la educación y de los servicios de salud no sólo ha encarecido estos servicios sino que ha generado un abismo entre una salud y una educación para quienes pueden pagar esos sistemas privados y la educación o la sanidad públicas – que a menudo se brindan en condiciones muy precarias- para los vastos sectores de la población que no pueden acceder a aquéllos.

Asimismo se observa en muchos países del Norte -tanto en EEUU como en países de Europa- una precarización del trabajo y la aparición de muchos trabajadores pobres que trabajan en condiciones laborales precarias, con reducción de salarios, sin cobertura social, etc. En referencia a este fenómeno se habla de una nueva categoría de “trabajadores pobres”. Tampoco pueden ignorarse los grandes déficits de vivienda existentes: las personas que siguen viviendo en poblaciones marginales sin alcantarillado, sin sistemas de agua potable, con tendidos de electricidad precarios, lo que hace que la situación de vida -tanto en zonas rurales como en los grandes sectores poblacionales marginales de las grandes ciudades- sea cada vez más crítica.

Además de su dimensión económica, la pobreza  es también una cuestión eminentemente política. Los sectores marginados y empobrecidos económicamente participan menos en la vida política y, cuando lo hacen, son a menudo presa fácil de prácticas populistas y de clientelismo político. A las dimensiones económicas, sociales y políticas de la pobreza hay que agregar además las diferencias regionales, dentro de los países y entre las regiones y continentes del mundo. Los informes del Banco Mundial indican, por ejemplo, que en 2005 en África subsahariana había 100 millones de personas extremadamente pobres. Después de los índices elevados que ya se habían alcanzado en 1990, la tasa de pobreza en la región permanecía aún por encima del 50%.

La mundialización, al mismo tiempo que ha producido una aparente disminución de los niveles más extremos de la pobreza, ha generado claramente una explosión de las desigualdades. Son habituales ya los rankings que publican revistas especializadas en EEUU y Europa indicando el número de “súper ricos”. El número de multimillonarios en dólares que hay en el mundo, identificados por la revista Forbes por ejemplo, indica que éstos pasaron de 476 en 2003 a 691 en 2005, con la llegada al club de los ucranianos, los polacos, los indios y los chinos, junto a los americanos y europeos que siguen siendo claramente mayoritarios. En dos años, la fortuna neta acumulada de este grupo llegó a más de 2.200 billones de dólares. En el mismo año 2004 el informe de la Agencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) constataba un progreso rápido en ciertos países en la reducción de la pobreza, pero también un retroceso sin precedentes para otros. En 46 países, en efecto, la población es más pobre en la actualidad y en 25 de esos países hay más habitantes que sufren de hambre que hace diez años atrás.

El aumento de la riqueza en manos de pocos conlleva el crecimiento de la desigualdad. Éste es un rasgo central de la mundialización y la injusticia que esa desigualdad encierra resulta oprobiosa. Los pobres siguen siendo pobres, los más pobres siguen siendo miserables, al mismo tiempo que los ricos se hacen más ricos. Las políticas públicas y la ayuda al desarrollo pueden amortiguar esa situación de manera puntual en algunos países, en algunas regiones, pero la tendencia general es hacia la precarización y el crecimiento de la desigualdad.

Por lo tanto es necesario introducir en los análisis de la cuestión de la pobreza y de la riqueza, y de la relación entre ellas, cuestiones relacionadas con los valores y que se refieren principalmente al resentimiento que se acumula en sociedades donde, aun estando en fases de crecimiento económico, el hecho de que las desigualdades se acrecienten provoca situaciones de tensión, de violencia y sentimientos de injusticia, lo cual va en detrimento de sistemas de participación y de sistemas de convivencia social más pacíficos. El resentimiento explota a menudo a través de manifestaciones violentas, de represiones masivas, incluso en sistemas democráticos que quedan entrampados en formas represivas de ejercicio del poder y, en los regímenes autoritarios, persisten mecanismos de represión a los sectores más pobres que se sienten abandonados por el proceso de mundialización y de crecimiento económico.

Por otra parte cabe señalar, en el contexto actual, una tendencia cada vez más creciente y que se acelerará en los próximos 10 a 15 años que es el crecimiento de las llamadas clases medias. Este fenómeno se ha hecho principalmente notable en China, en India y en Brasil, pero no sólo en esos grandes países emergentes sino también en otros países intermedios que han logrado insertarse en la mundialización: países como Colombia, Chile, Argentina, Corea del Sur, Indonesia, Nigeria, Sudáfrica y otros. Se trata de sectores laborales de trabajadores, empleados con empleos precarios o más o menos estables (comerciantes, funcionarios) que logran acceder al consumo de viviendas, de autos, de teléfonos celulares, de artículos típicos de la clase media como los electrodomésticos, etc. En una fase de expansión del crédito al consumo, con el consecuente endeudamiento que eso conlleva, aparece entonces un sector de clase media que se hace cada vez más presente en la relación de la pobreza con la riqueza.

El crecimiento cuantitativo de las nuevas clases medias -de lo que podría asimilarse a lo que en el continente americano y europeo se entiende por clases medias-  puede ser muy importante y en los próximos diez años se estima que podría pasar de 330 millones de personas a 780 millones de personas en el 2020/25. Estos sectores aparecen entonces como los más dinámicos. Los sectores laborales de trabajadores sindicalizados o los sectores campesinos que lograban mantener una economía rural van dejando de ser los de mayor peso en las sociedades actuales y los sectores de clases medias – que van logrando acceso a bienes de consumo y accediendo a puestos en la educación y en los sistemas políticos- se están  transformando en los sectores más demandantes de cambio, mientras se incorporan cada vez más a la vida política. Esto, acompañado por el crecimiento de las comunicaciones a través de las redes de internet y la multiplicación de los viajes aéreos (se calcula que hay alrededor de 6 millones de personas que están en cada momento circulando en aviones alrededor de la tierra) hace que estos sectores medios aparezcan como actores protagónicos en el proceso de mundialización en curso.

Además, estos flujos de comunicación y estos sectores que buscan mejorar sus condiciones de vida generan un aumento de los procesos migratorios. En efecto, se calcula en la actualidad que más del 3% de la población está formada por sectores migrantes, principalmente del Sur hacia el Norte, con fronteras muy tensionadas como la de México con Estados Unidos o la del Mediterráneo europeo con los países del Magreb. Existen al mismo tiempo migraciones regionales desde India a los países árabes u otras -las más numerosas- que son las que se dan al interior mismo de los grandes países-continentes, como sucede en China, donde más de 200 millones de personas están migrando de las zonas rurales y pobres del Norte y del Noroeste hacia las zonas más comerciantes y ricas del Sur.

En consecuencia, todos estos factores hacen que la relación entre pobreza y riqueza sea muy compleja y que, para comprenderla, haya que salir de esquemas maniqueos o más bien reductores, como puede ser el de enunciar “los pobres son más pobres, los ricos son más ricos”. Pues si bien esta afirmación es cierta, al mismo tiempo hay nuevos sectores sociales que van entrando a la lógica del consumo y del crecimiento económico. En todo caso, al evocar la cuestión de la agravación de la desigualdad entre los pobres y los ricos a pesar del aumento de las clases medias en el contexto de la mundialización, lo que puede afirmarse es que estos cambios se están dando sobre una base de sustentación sumamente frágil, puesto que la desigualdad y las tensiones sociales que ésta genera impiden que los mecanismos de gobernanza dentro de los países, de las regiones y del mundo puedan darse con sistemas virtuosos de crecimiento económico y social. Por el contrario, estamos frente a la acumulación de una serie de tensiones económicas, sociales y políticas que pueden manifestarse de manera errática o de manera violenta en distintas regiones, poniendo en riesgo finalmente el crecimiento y la convivencia pacífica.