La Sociedad de las Naciones (1919-1946) fue el primer organismo de seguridad colectiva (la acción conjunta de los miembros contra una agresión que apunte contra uno de entre ellos) de alcance mundial y constituyó un intento revolucionario de organización de la gobernanza mundial después de la Primera Guerra Mundial. Fue también el modelo de seguridad colectiva del que se inspiró -diferenciándose de ella al mismo tiempo- la Organización de las Naciones Unidas en 1945. Si bien la Sociedad de las Naciones (SDN), concebida para evitar una segunda guerra mundial, fracasó de un modo tal que condenó su existencia, sigue siendo a pesar de todo un ejemplo de imaginación. Quienes la pensaron desarrollaron un modelo de organización global más ambicioso que el de la ONU capaz de alimentar todavía hoy, un siglo más tarde, nuestra reflexión sobre la gobernanza mundial del futuro. Pero la SDN fue también un contraejemplo de lo que puede generar una visión demasiado ambiciosa, cuando no puede contar con un apoyo político a la altura de sus ambiciones. En ese sentido, la historia trágica de la SDN también es un episodio que nos deja muchas enseñanzas.
La Sociedad de las Naciones se creó después de la Gran Guerra, impulsada por iniciativa del presidente de EEUU Woodrow Wilson. Éste se proponía cambiar el modo de funcionamiento de las relaciones internacionales recreando un orden geopolítico regido por nuevas reglas y dentro del cual Europa ya no sería la locomotora. Más que recrear un nuevo sistema de equilibrio entre las grandes potencias, que era un poco la tradición europea después de cada gran conflicto, los artífices de la SDN querían inventar un sistema mucho más formal, con instituciones y acuerdos precisos, cuyo objetivo iba mucho más allá de la preservación del sistema geopolítico, como era antes, apuntando a una erradicación completa de la guerra, que ya había alcanzado unas proporciones donde no podía considerarse ya como la continuación de la política sino como su fracaso.
Ex profesor de ciencias políticas, Wilson estaba profundamente influenciado por la doctrina kantiana de la paz perpetua y por la idea de que el derecho internacional podría convertirse en una superestructura capaz de garantizar una paz duradera en el mundo. Paladín del derecho a la autodeterminación, Wilson hará de ese principio uno de los elementos fundamentales de la “Liga de Ginebra”, otra denominación que se dio a la SDN. El traumatismo de la guerra dará la legitimidad necesaria para la creación de la Sociedad de las Naciones, que nace un año después de finalizada la guerra.
Desgraciadamente Wilson, cuya salud se estaba debilitando, no logró convencer al Congreso para que los Estados Unidos -potencia creciente e ineludible en el tablero geopolítico mundial- adhirieran al proyecto. La otra superpotencia en desarrollo, la URSS, tampoco formará parte de los miembros originales de la organización (se sumará ulteriormente a la SDN, antes de ser conminada a abandonarla en 1939). En consecuencia, la SDN en sus comienzos no tiene ninguna influencia sobre los dos países potencialmente más capaces de estabilizar o desestabilizar el orden geopolítico internacional.
A pesar de todo, en el momento de su creación la SDN goza de buena presencia. Sólidamente instalada en Suiza, se dota de un Consejo, una Asamblea y una Secretaría. Contrariamente a la ONU, que retomará esta configuración tripartita, la Asamblea de la SDN tiene un poder real de decisión y permite que los representantes de las naciones de menor importancia jueguen un papel que no está necesariamente en relación directa con la potencia de su país. Cada país tiene, por otra parte, derecho a un voto. En cambio, al igual que para la ONU, el Consejo refleja la potencia de los Estados miembros. Las grandes potencias componen el Consejo Permanente mientras que los demás países deben contentarse con un estatus de miembros no permanentes. Sus logros, como por ejemplo la prevención de un conflicto entre Grecia y Bulgaria en 1925, fueron escasos. En ese caso preciso, el presidente de Consejo disponía del apoyo de Inglaterra y de Francia. Más generalmente, la rivalidad entre esos dos países impidió llegar a resoluciones enérgicas. En otras partes del mundo, como en el caso de uno de los conflictos más mortíferos que tuvieron lugar en el período de entreguerras, el que enfrentó a Bolivia y Paraguay en el Chaco (1932 /1935, con 100.000 muertos), la SDN se contentó con un embargo sobre las armas, puesto que no podía sobrepasar la omnipotencia de los Estados Unidos en el continente americano ni infringir la doctrina Monroe.
Con la partida precipitada de Japón, Italia y Alemania y luego la exclusión de la URSS, el Consejo permanente pasó a estar bajo el control exclusivo de Francia y Gran Bretaña, que ya llevaban la voz cantante. La primera tratará de usar la SDN para mantener el statu quo geoestratégico de 1919, que en principio le era favorable. La segunda verá más bien a la Liga como un vector capaz de modificar el estado de las cosas a su favor, permitiendo a los británicos retomar el papel de árbitro del orden europeo que habían tenido con anterioridad. De este modo, Francia intentará establecer alianzas a su favor, mientras que Gran Bretaña alentará más bien una política de compromiso entre los Estados miembros. Incapaz de frenar el ascenso de Alemania, Francia irá perdiendo progresivamente su influencia sobre Gran Bretaña. La SDN por su parte no puede impedir la invasión de China por parte de Japón ni de Etiopía por parte de Italia. La rivalidad franco-inglesa que irá determinando cada vez más la dirección de los asuntos dentro de la SDN postulaba una configuración política similar a la de la pre-guerra y fue causante de una ceguera frente a los grandes desbarajustes que se derivaron del suicidio de Europa en 1914.
Con la crisis económica mundial y el ascenso de los fascismos en los años ’30, la SDN se hundió en la inoperancia. Este primer esquema de seguridad colectiva que supuestamente remplazaría el modelo del equilibrio de las potencias practicado por los diplomáticos desde el siglo XVII y para el cual la Gran Guerra representó el canto del cisne, demostró ser menos eficaz a la hora de encauzar los riesgos de un conflicto de dimensiones globales. Cierto es que las negociaciones de Versalles habían minado de entrada las chances de una paz duradera, pero la SDN, lamentablemente, no pudo dotarse de los medios para llevar a cabo sus ambiciones. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt aprenderá la lección y ayudará a crear un organismo menos ambicioso pero mejor dotado: la Organización de las Naciones Unidas. Hoy, cuando esta última muestra sus serios límites frente a los desafíos del siglo XXI, el modelo de la SDN podría sin embargo servir de inspiración a nuevos esquemas de seguridad colectiva más igualitarios y democráticos que la ONU, pero reclamando en este caso lo que le faltaba a la Liga de Ginebra: un poder real de intervención1.
SOCIEDAD DE LAS NACIONES
La Sociedad de las Naciones (1919-1946) fue el primer organismo de seguridad colectiva (la acción conjunta de los miembros contra una agresión que apunte contra uno de entre ellos) de alcance mundial y constituyó un intento revolucionario de organización de la gobernanza mundial después de la Primera Guerra Mundial. Fue también el modelo de seguridad colectiva del que se inspiró -diferenciándose de ella al mismo tiempo- la Organización de las Naciones Unidas en 1945. Si bien la Sociedad de las Naciones (SDN), concebida para evitar una segunda guerra mundial, fracasó de un modo tal que condenó su existencia, sigue siendo a pesar de todo un ejemplo de imaginación. Quienes la pensaron desarrollaron un modelo de organización global más ambicioso que el de la ONU capaz de alimentar todavía hoy, un siglo más tarde, nuestra reflexión sobre la gobernanza mundial del futuro. Pero la SDN fue también un contraejemplo de lo que puede generar una visión demasiado ambiciosa, cuando no puede contar con un apoyo político a la altura de sus ambiciones. En ese sentido, la historia trágica de la SDN también es un episodio que nos deja muchas enseñanzas.
La Sociedad de las Naciones se creó después de la Gran Guerra, impulsada por iniciativa del presidente de EEUU Woodrow Wilson. Éste se proponía cambiar el modo de funcionamiento de las relaciones internacionales recreando un orden geopolítico regido por nuevas reglas y dentro del cual Europa ya no sería la locomotora. Más que recrear un nuevo sistema de equilibrio entre las grandes potencias, que era un poco la tradición europea después de cada gran conflicto, los artífices de la SDN querían inventar un sistema mucho más formal, con instituciones y acuerdos precisos, cuyo objetivo iba mucho más allá de la preservación del sistema geopolítico, como era antes, apuntando a una erradicación completa de la guerra, que ya había alcanzado unas proporciones donde no podía considerarse ya como la continuación de la política sino como su fracaso.
Ex profesor de ciencias políticas, Wilson estaba profundamente influenciado por la doctrina kantiana de la paz perpetua y por la idea de que el derecho internacional podría convertirse en una superestructura capaz de garantizar una paz duradera en el mundo. Paladín del derecho a la autodeterminación, Wilson hará de ese principio uno de los elementos fundamentales de la “Liga de Ginebra”, otra denominación que se dio a la SDN. El traumatismo de la guerra dará la legitimidad necesaria para la creación de la Sociedad de las Naciones, que nace un año después de finalizada la guerra.
Desgraciadamente Wilson, cuya salud se estaba debilitando, no logró convencer al Congreso para que los Estados Unidos -potencia creciente e ineludible en el tablero geopolítico mundial- adhirieran al proyecto. La otra superpotencia en desarrollo, la URSS, tampoco formará parte de los miembros originales de la organización (se sumará ulteriormente a la SDN, antes de ser conminada a abandonarla en 1939). En consecuencia, la SDN en sus comienzos no tiene ninguna influencia sobre los dos países potencialmente más capaces de estabilizar o desestabilizar el orden geopolítico internacional.
A pesar de todo, en el momento de su creación la SDN goza de buena presencia. Sólidamente instalada en Suiza, se dota de un Consejo, una Asamblea y una Secretaría. Contrariamente a la ONU, que retomará esta configuración tripartita, la Asamblea de la SDN tiene un poder real de decisión y permite que los representantes de las naciones de menor importancia jueguen un papel que no está necesariamente en relación directa con la potencia de su país. Cada país tiene, por otra parte, derecho a un voto. En cambio, al igual que para la ONU, el Consejo refleja la potencia de los Estados miembros. Las grandes potencias componen el Consejo Permanente mientras que los demás países deben contentarse con un estatus de miembros no permanentes. Sus logros, como por ejemplo la prevención de un conflicto entre Grecia y Bulgaria en 1925, fueron escasos. En ese caso preciso, el presidente de Consejo disponía del apoyo de Inglaterra y de Francia. Más generalmente, la rivalidad entre esos dos países impidió llegar a resoluciones enérgicas. En otras partes del mundo, como en el caso de uno de los conflictos más mortíferos que tuvieron lugar en el período de entreguerras, el que enfrentó a Bolivia y Paraguay en el Chaco (1932 /1935, con 100.000 muertos), la SDN se contentó con un embargo sobre las armas, puesto que no podía sobrepasar la omnipotencia de los Estados Unidos en el continente americano ni infringir la doctrina Monroe.
Con la partida precipitada de Japón, Italia y Alemania y luego la exclusión de la URSS, el Consejo permanente pasó a estar bajo el control exclusivo de Francia y Gran Bretaña, que ya llevaban la voz cantante. La primera tratará de usar la SDN para mantener el statu quo geoestratégico de 1919, que en principio le era favorable. La segunda verá más bien a la Liga como un vector capaz de modificar el estado de las cosas a su favor, permitiendo a los británicos retomar el papel de árbitro del orden europeo que habían tenido con anterioridad. De este modo, Francia intentará establecer alianzas a su favor, mientras que Gran Bretaña alentará más bien una política de compromiso entre los Estados miembros. Incapaz de frenar el ascenso de Alemania, Francia irá perdiendo progresivamente su influencia sobre Gran Bretaña. La SDN por su parte no puede impedir la invasión de China por parte de Japón ni de Etiopía por parte de Italia. La rivalidad franco-inglesa que irá determinando cada vez más la dirección de los asuntos dentro de la SDN postulaba una configuración política similar a la de la pre-guerra y fue causante de una ceguera frente a los grandes desbarajustes que se derivaron del suicidio de Europa en 1914.
Con la crisis económica mundial y el ascenso de los fascismos en los años ’30, la SDN se hundió en la inoperancia. Este primer esquema de seguridad colectiva que supuestamente remplazaría el modelo del equilibrio de las potencias practicado por los diplomáticos desde el siglo XVII y para el cual la Gran Guerra representó el canto del cisne, demostró ser menos eficaz a la hora de encauzar los riesgos de un conflicto de dimensiones globales. Cierto es que las negociaciones de Versalles habían minado de entrada las chances de una paz duradera, pero la SDN, lamentablemente, no pudo dotarse de los medios para llevar a cabo sus ambiciones. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt aprenderá la lección y ayudará a crear un organismo menos ambicioso pero mejor dotado: la Organización de las Naciones Unidas. Hoy, cuando esta última muestra sus serios límites frente a los desafíos del siglo XXI, el modelo de la SDN podría sin embargo servir de inspiración a nuevos esquemas de seguridad colectiva más igualitarios y democráticos que la ONU, pero reclamando en este caso lo que le faltaba a la Liga de Ginebra: un poder real de intervención*.
*Ruth Henig, The League of Nations, London, Haus Publishing, 2010.