SOLIDARIDAD

La solidaridad es un principio moral que expresa el compromiso de ayuda mutua entre dos o más personas o colectivos. Su ejercicio supone la pertenencia a una comunidad de intereses. A escala local puede plasmarse en hábitos y sistemas de ayuda mutua entre vecinos, de asociaciones de ayuda a los más necesitados, de apoyo entre familias y clanes en sociedades tradicionales, de prácticas de mutualidad financiera en colectivos diversos de tipo sindical, de negocios, cultural o vecinal (por ejemplo las tontines en África) u otros. A escala de un Estado se llama solidaridad a la distribución de ciertos recursos y servicios hacia los más necesitados, a la solidaridad intergeneracional e interpersonal (pensiones y servicios a la tercera edad, guarderías y apoyo a la maternidad, sistema educativo, apoyo a personas con discapacidades, etc.) así como también a la distribución territorial entre regiones ricas y pobres, que también se práctica en el marco de la Unión Europea. A nivel intercontinental, la solidaridad es el principio que fundamenta la cooperación entre países ricos y pobres. Sin embargo, a falta de una gobernanza capaz de establecer una regulación fuerte y adecuada, fundada en el principio de la solidaridad, la cooperación al desarrollo deviene una pálida imagen de un sistema real de redistribución social y territorial que podría resolver muchísimos problemas mundiales (pobreza, alimentación, salud, educación…) ya que los recursos existen para remediarlos, pero el conjunto formado por los diferentes actores como una sociedad civil dividida, los fragmentados e irrisorios programas de cooperación de los Estados y las instituciones internacionales consagradas al desarrollo, no disponen ni de los recursos suficientes, ni de la orientación adecuada, ni de la voluntad de organizarse en un marco coherente para el desarrollo de una solidaridad real que dé sentido a este concepto, más allá de las ayudas insuficientes y no siempre acertadas que se realizan en su nombre.

El término proviene de la expresión latina “in solidum” que significa “por el todo”. Durkheim establece a final del siglo XIX la distinción entre, por un lado, una solidaridad “mecánica”, propia de comunidades pequeñas y preindustriales en la que la especialización del trabajo y de la sociedad es baja, y la observancia de la norma alta, y una solidaridad “orgánica” propia de sociedades especializadas en las que cada miembro posee una parte del conocimiento total y la dependencia mutua es alta. En estas sociedades la división del trabajo ensalza lo particular del individuo y una nueva forma de equilibrio social es requerida. El término se desarrolla a lo largo del siglo XIX y XX en los ámbitos del socialismo y del cristianismo. En los años 1980 el sindicato polaco Solidarność se inspira, en sus acciones que conducirán a la caída del Muro de Berlín al final de la década, en la doctrina católica de la solidaridad, a pesar de que ésta no parece distinguirse de la caridad religiosa. Pero existen conceptos parecidos en otras culturas como la assabiya (عصبية) de Ibn Jaldún (s. XIV), nexo de unión esencial que representa el motor de la sociedad y de la humanidad, aunque en el lado negativo también ha sido asociado a la lealtad grupal, el clanismo o la solidaridad “orgánica”. En China, Mozi promueve en el siglo V AdC un “amor universal” que puede ser entendido como una solidaridad utilitaria que busca la cohesión social. En el idioma chino actual el concepto xie li (协力) expresa la acción de unirse en un esfuerzo común, mientras que tuan jie (工会) es una traducción convencional de “solidaridad” desde la perspectiva del comunismo maoísta. Otras culturas en África, India, etc. la solidaridad entendida como una decisión individual o colectiva voluntaria carece de sentido. En su lugar se concibe una obligatoriedad de acción fruto de la pertenencia del individuo a un todo colectivo, que en muchos casos incluye la naturaleza así como una dimensión cósmica o espiritual.

La solidaridad, entendida como principio ideal, no debe confundirse por un lado ni con la caridad, ni por otro, con una obligación de transferencia de recursos, que forma parte del vocabulario administrativo. Sin embargo, la solidaridad como idea, no debería ignorar o excusar la necesidad de justicia y de equidad como factores de cohesión social, ni tampoco imponer un traspaso de bienes mediante el uso, la amenaza o la simple disuasión que produce la posesión de medios de coerción para ejercer esa exigencia. En el caso de una solidaridad reducida al sentimiento de caridad, la relación está viciada por el hecho de que quien la practica establece una relación desigual, una relación humillante para los receptores y que no cuestiona las relaciones implícitas de poder, según Eduardo Galeano. No espera o aspira al desarrollo de una comunidad compartida que desarrolle un cierto grado de equidad cívica, ni aunque sea ideal, entre donador y receptor, sino que encubre otros intereses como una agenda de dominación política y/o económica, una estrategia de imagen frente a los electores o a la opinión pública, o también a nivel individual una reafirmación de un sentimiento de superioridad o una limpieza de conciencia a veces. En el caso de la solidaridad como vocablo administrativo, se trata de una interpretación de la distribución interterritorial de recursos que puede ocurrir entre diferentes regiones o pueblos en el seno de un Estado sin que exista un consenso ni una legitimidad con los actores de estas regiones o pueblos, o el ya mencionado ejemplo aún más nefasto de una cooperación internacional, en retroceso a causa de la crisis económica, e insignificante en comparación con los recursos naturales, culturales, humanos y económicos, directos e indirectos, que las élites mundiales en los países ricos obtienen de los países menos desarrollados.

Así, un enorme abismo separa la solidaridad realmente practicada en el capitalismo, de una solidaridad ideal, entendida como uno de los inseparables principios básicos rectores de una nueva gobernanza, junto con otros como podrían ser la equidad, la justicia, la responsabilidad o la autonomía. Construir un mundo solidario implica ir más allá de una renovación de la cooperación internacional o de procesos de limpieza de imagen ecológica y social de las empresas transnacionales. Algunas propuestas posibles son:

1. Una reformulación radical de la solidaridad. Se precisa reformular este concepto desde una perspectiva alternativa a la dicotomía entre la primacía de la voluntad individual en la cultura occidental y la obligación comunitaria o espiritual propia de las culturas africanas, amerindias y algunas asiáticas. Una pista de trabajo puede ser asociarla a la idea de responsabilidad (*ver responsabilidad) y otra posibilidad es relacionarla o remplazarla por el concepto de ubuntu. Este concepto de origen africano describe un tipo de unión entre personas y colectivos más inclusivo que la solidaridad. Se puede expresar con la locución “soy porque somos”, que no remite necesariamente a una visión determinista sino al hecho de que la esencia de la realidad humana reside en el lazo social, y que por tanto cuidar este lazo es su propio beneficio.

2. La substitución progresiva de la economía capitalista por una economía social y solidaria actualmente en fase emergente y con múltiples facetas que precisan generalizarse: comercio justo, inversiones éticas, finanzas solidarias, empresas socialmente responsables, cooperativas autogestionadas, consumo responsable, soberanía alimentaria, bancos del tiempo, monedas sociales, etc.

3. La reconversión de la cooperación internacional en un sistema fuertemente cohesionado y regulado en el que participan democráticamente todos los actores para el desarrollo. Este sistema de solidaridad mundial podría emerger a partir del programa o agenda posterior a 2015 que substituirá a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ver *ODM). Podría incluir un plan mundial efectivo de empleo en sectores necesitados como las infraestructuras, la autogestión campesina u otros muchos, con ayudas regulares a los desempleados y a la economía ecológica.

4. Un nuevo derecho internacional y un sistema jurídico mundial basados en la reafirmación y mayor concreción de los derechos humanos y en el establecimiento de responsabilidades universales (ver *responsabilidad).

5. Un sistema de redistribución efectivo a escala mundial basado por un lado en una fiscalidad planetaria que puede incluir impuestos generales sobre las transacciones financieras, la energía o la posesión de armas, entre otros, así como una renta básica incondicional universal otorgada regularmente y de por vida a cada habitante del planeta como parte del dividendo que genera la existencia de los bienes comunes (ver *Bienes comunes)