PALAVER

Durante mucho tiempo se ha creído que la democracia era un ideal y una práctica política asociada a la cultura occidental y concretamente originaria de la Atenas clásica (siglos V-IV A.d.C.),  sin embargo, esta creencia está siendo ampliamente cuestionada por varios motivos. En primer lugar cada vez se tiene un mejor conocimiento de la democracia ateniense de aquella época y las enormes diferencias con el modelo de democracia represetativa de los regímenes liberales modernos hacen que sea necesario plantearse hasta qué punto todavía se puede hablar de una herencia milenaria, o más bien de la usurpación y corrupción históricas de una palabra y su significado. En segundo lugar, la experiencia ateniense no era única en aquellos tiempos sino que hundía sus raíces en prácticas y tradiciones coetaneas o anteriores desarrolladas en otras civilizaciones de Asia Occidental, especialmente en Mesopotamia, tal como han sacado a la luz diferentes investigadores en los últimos años. Para acabar, es todavía más significativo el hecho de que la función de parlamentar como acción de verbalizar las diferencias en el marco de un proceso de toma de decisiones, se desarrolla desde tiempos inmemoriales en todos los continentes y de que algunas de éstas prácticas, aunque debilitadas, perviven y coexisten con los Estados modernos hoy en día.

Anterior a los regímenes representativos, la “palabra” es, en muchas sociedades tradicionales, el proceso de diálogo que conduce al 1+1 = 3, porque en ella se ha tomado tiempo para generar un yo colectivo diferente de las individualidades iniciales, para que el consenso fruto de la deliberación o parlamento tome sentido propio y nazca el interés común. En su lugar, la representación moderna mediante el voto reduce la democracia a una cuestión aritmética y elimina este diálogo convirtiendo los régimenes liberales modernos en una pura competencia “tribal” entre partidos organizados casi siempre jerárquicamente cual ejércitos en liza. Esta concurrencia de dictaduras se suaviza en los estados modernos mediante la libertad de expresión, el desarrollo de la sociedad civil y los medios de comunicación, pero en su esencia, la capacidad y el espacio necesarios para el verdadero diálogo y la verdadera democracia quedan silenciados o pasan a un tercer o último plano, muy por detrás del espectáculo de la partitocracia liberal y de la trivialización del espacio público.

En África, la gobernanza tradicional local de aldeas y comunidades étnicas se ha caracterizado por la existencia de “árboles de palabras” a la sombra de los que toda la comunidad, o las personas más ancianas, se han reunido para tomar decisiones, expresar quejas, juzgar hechos de diferente índole y resolver conflictos que les afectan. El árbol se convierte así en símbolo que acerca la comunidad humana a la naturaleza, que representa un movimiento cíclico entre la unidad y la diversidad (semilla, raíces, tronco, hojas y frutos), y que da cobijo bajo el sol o la lluvia. La celebración de la “palabra” también ha tenido lugar en construcciones especialmente dedicadas para ello. Se trata de lugares de reunión, de vida social y de transmisión cultural, que en cada región reciben diferentes nombres como Fokonolona en Madagascar, Kgotla en Botswana o Toguna en el País Dogon entre muchos otros, y presentan sus propias particularidades. Nelson Mandela define estas asambleas en su comunidad Xhosa como un lugar en el que cualquiera puede tomar la palabra y que refleja “la democracia en su estado más puro”. Incluso en la moderna Nairobi, el movimiento social “Bunge la Mwananchi” (parlamento ciudadano) celebra desde hace muchos años sus reuniones abiertas bajo los árboles de los parques urbanos. Fuera de África, otras culturas del mundo han desarrollado o desarrollan asambleas tradicionales: los Panchayati Raj en India y Asia del Sur son las asambleas locales evocadas por Gandhi como centros de decisión en un sistema político ideal de Gram Swaraj o autogobierno local para su país; las prácticas de musyawarah-mufakat (deliberación y consenso) emanan de la tradición en los consejos de aldea de diferentes pueblos de Indonesia; las asambleas tradicionales y modernas de muchos pueblos originarios de América Latina así como la antigua liga de los iroqueses en América del Norte, cuya gobernanza se considera precursora del federalismo, son también un buen ejemplo.

La existencia y la complejidad de estas realidades y tradiciones son una prueba evidente y una respuesta condundente a los que defienden el origen y carácter puramente europeo de la democracia, ya sea para otorgar a la democracia liberal moderna, en la que la auténtica deliberación es un elemento marginal, una pretensión de superioridad moral que pretende justificar operaciones de imperialismo o neocolonialismo encubierto, tal como ocurre con Estados Unidos y Europa en Oriente Medio y otras regiones del mundo, ya sea para restar cualquier legitimidad a la democracia en otras regiones del mundo justificándose en ser un elemento ajeno a la propia cultura, y perpetuar el autoritarismo, tal como ocurre en China, Rusia, Singapur u otros países.

En la actualidad la deliberación como fundamento de la democracia se reproduce bajo muchas formas que, aunque coexisten con los gobiernos liberales, carecen del prestigio, la legitimación y la mediatización de éstos últimos. Se desarrollan en sindicatos, asociaciones, cooperativas, en ciertas empresas y organizaciones de manera puntual o regular; en diferentes procesos participativos organizados por las propias instituciones, especialmente a nivel local y en diferentes partes del mundo; en tradiciones ideológicas de resistencia social como el anarquismo; y más recientemente el asambleísmo constituye la esencia de la gobernanza en los movimientos de indignados (ver *indignados).

Con la mundialización y la necesidad de construir la comunidad humana, refundar la democracia (ver *democracia) y generar un proceso para una organización política del planeta acorde con una vida responsable y justa (ver *democracia mundial), la “palabra” o deliberación debe reocupar el lugar que le corresponde en una verdadera democracia: el primero o más importante. Para ello, se necesitan al menos tres tipos de cambios, relacionados con su uso en sociedades altamente complejas y plurales y con escalas del territorio mucho mayores que las aldeas y comunidades étnicas en las que tradicionalmente se ha desarrollado:

Renovar y enriquecer los métodos de participación deliberativa. En la actualidad existen muchísimas experiencias de este tipo que utilizan las tecnologías más avanzadas y se adaptan a muchísimos contextos: locales, estatales, internacionales, de empresa, virtuales, asociativos, etc. Por otro lado no se ha investigado ni comparado suficientemente las tradiciones asamblearias que existen alrededor del mundo. Se precisan desarrollar procesos internacionales de bases de datos e intercambios de experiencias tradicionales y modernas para recoger y comparar las diferentes prácticas, y facilitar con ello una fertilización mútua de conocimientos.

Integrar el ciclo de vida de las políticas. Las asambleas tradicionales, populares y modernas pueden integrar, donde aún no lo hacen, las diferentes funciones del ciclo de vida de las políticas, algunas de las cuales poco desarrolladas y otras en manos de los gobiernos representativos, o pueden “exportar” la toma de decisiones de otras al conjunto de la sociedad. Diferentes etapas del ciclo de un proyecto político pueden ser motivo de deliberación asamblearia como la concepción de proyectos o planes, el debate sobre su definición, su traducción en ley, su aplicación (que actualmente está en manos de los gobiernos), su monitoreo, su reformulación así como las sanciones necesarias en caso de incumplimiento.

La democracia deliberativa puede formar parte de una nueva arquitectura democrática a gran escala capaz de generalizar y combinar en los Estados o a escala mundial la democracia directa mediante referendos; las experiencias de “árboles de palabras” y de “consejos ciudadanos”; los parlamentos estatales formados por personas escogidas al azar entre aquellos que han pasado una prueba de calificación específica; la subsidiariedad integral de abajo a arriba entre todas estas instituciones; y la revocación inmediata de cualquier persona responsable o participante implicada en casos de abusos y corrupción.