CARTA DEL ATLÁNTICO

La Carta del Atlántico es uno de los documentos políticos más importantes del siglo XX. Menos conocida actualmente que la Carta de las Naciones Unidas o la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Carta del Atlántico tuvo sin embargo una profunda influencia sobre la nueva arquitectura de la gobernanza mundial que se fue implementando después de 1945. La Carta de las Naciones Unidas en particular se inspiró directamente de ella.

La historia de la Carta del Atlántico está estrechamente relacionada con la de la Segunda Guerra Mundial y, más específicamente, con la resistencia del eje Londres-Washington frente al avance hitleriano sobre el Atlántico tras la caída de las potencias continentales europeas.

El año 1941 marca el gran punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial. A mediados de año Hitler invade a la URSS rompiendo el Pacto germano-soviético. A principios de diciembre Japón ataca a la marina estadounidense en Pearl Harbor y provoca la entrada en guerra de Estados Unidos. A comienzos de agosto, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt elaboran entre ambos y dan a conocer su “Carta del Atlántico”. En el curso de 1942, la dinámica de la guerra cambia por completo. A principios de año se mostraba ampliamente favorable al Eje. Luego el viento gira a favor de los Aliados y Alemania queda atrapada entre Estados Unidos y la URSS.

No obstante ello, a principios de 1941 Inglaterra está en muy mala posición. Sin el apoyo de Estados Unidos, a la larga parece estar condenada. Roosevelt, que pasó el año anterior trabajando para garantizarse su reelección no ha podido aportar su apoyo oficial, siendo Estados Unidos muy refractario a una intervención armada en Europa. A pesar de todo, se abren vías de comunicación entre Churchill y Roosevelt: el primero trata de convencer al segundo para que intervenga y Roosevelt, por su lado, hace enormes esfuerzos para esquivar las leyes votadas por el Congreso, que impiden que los Estados Unidos se involucren militarmente.

Mediados de 1941. La situación en Europa es crítica. Los dos jefes de Estado deciden reunirse en persona. La entrevista debe permanecer secreta: el Atlántico está repleto de submarinos alemanes y el viaje de Churchill es peligroso. Por su parte, Roosevelt dice que se trata de un paseo de pesca. La extraña entrevista tiene lugar en el mar, a la altura de Terre-Neuve. Churchill insta a Roosevelt a intervenir militarmente, pero este último espera un acontecimiento que pueda liberarlo (será Pearl Harbor). Mientras tanto, encuentra un medio para ayudar a los ingleses sin contrariar al público estadounidense, el Lend-Lease (préstamo-arriendo): una suerte de “préstamo” que permite enviar material militar hacia las islas británicas.

Pero los dos estadistas ven más allá de la intervención de Estados Unidos -que ambos saben inminente- y elaboran una visión del orden mundial que desearían implementar una vez terminada la guerra. Esa visión, en su versión terminada, dará lugar a la “Carta del Atlántico”. Al principio este documento es concebido como una simple declaración destinada a la prensa para marcar el evento. La primera versión, donde figuran las líneas principales de la futura Carta, es redactada en algunas horas por Roosevelt, Churchill y sus asistentes. Esa declaración es simple, directa y contundente. Su espíritu refleja ya los 14 puntos de Woodrow Wilson, así como también el discurso que Roosevelt había hecho frente al Congreso a principios de ese año (Discurso sobre las cuatro libertades, 6 de enero). El documento es presentado a la prensa el 14 de agosto. Poco tiempo después ya se lo conoce como la Carta del Atlántico y se ha ganado un lugar en la Historia.

El dúo Churchill-Roosevelt, al que luego se sumará Joseph Stalin, es el motor de la victoria aliada y los dos hombres seguirán muy de cerca la hoja de ruta consignada con prisa en los mares del Atlántico Norte. A partir de sus pocos principios, simples pero poderosos, Roosevelt impulsará la creación de la Organización de las Naciones Unidas. Al respecto, el octavo punto de la Carta hace alusión al establecimiento futuro de un “sistema permanente de seguridad general”. También es a partir de sus principios –particularmente el del derecho de los pueblos a la autodeterminación (punto 3) – que se inicia la descolonización, hecho que alteraría de manera considerable la fisionomía geopolítica del planeta (que pasa de unos cincuenta a Estados a 150 y más tarde a 200 tras la caída de la URSS). Más allá de eso, los puntos salientes de la declaración incluyen la renuncia a la expansión territorial, la libre elección de los pueblos en cuanto al tipo de gobierno que quieren darse y, sobre todo, la libre circulación de bienes y personas.

Destaca la omnipresencia, en la declaración, del principio del respeto de la soberanía nacional, piedra angular del orden westfaliano. La cuestión del desarme, que ocupó el centro de las tensiones políticas en los años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, también está presente, pero el desarme se presenta allí como una etapa de transición antes de que se encuentre una solución permanente para la paz en el mundo.

 

La Carta del Atlántico

El Presidente de los Estados Unidos de América y el Primer Ministro representante del Gobierno de S. M. en el Reino Unido, habiéndose reunido en el océano, juzgan oportuno hacer conocer algunos principios sobre los cuales ellos fundan sus esperanzas en un futuro mejor para el mundo y que son comunes a la política nacional de sus respectivos países:

1. Sus países no buscan ningún engrandecimiento territorial o de otro tipo.

2. No desean ver ningún cambio territorial que no esté de acuerdo con los votos libremente expresados de los pueblos interesados.

3. Respetan el derecho que tienen todos los pueblos de escoger la forma de gobierno bajo la cual quieren vivir, y desean que sean restablecidos los derechos soberanos y el libre ejercicio del gobierno a aquéllos a quienes les han sido arrebatados por la fuerza.

4. Se esforzarán, respetando totalmente sus obligaciones existentes, en extender a todos los Estados, pequeños o grandes, victoriosos o vencidos, la posibilidad de acceso a condiciones de igualdad al comercio y a las materias primas mundiales que son necesarias para su prosperidad económica.

5. Desean realizar entre todas las naciones la colaboración más completa, en el dominio de la economía, con el fin de asegurar a todos las mejoras de las condiciones de trabajo, el progreso económico y la protección social.

6. Tras la destrucción total de la tiranía nazi, esperan ver establecer una paz que permita a todas las naciones vivir con seguridad en el interior de sus propias fronteras y que garantice a todos los hombres de todos los países una existencia libre sin miedo ni pobreza.

7. Una paz así permitirá a todos los hombres navegar sin trabas sobre los mares y los océanos.

8. Tienen la convicción de que todas las naciones del mundo, tanto por razones de orden práctico como de carácter espiritual, deben renunciar totalmente al uso de la fuerza. Puesto que ninguna paz futura puede ser mantenida si las armas terrestres, navales o aéreas continúan siendo empleadas por las naciones que la amenazan, o son susceptibles de amenazarla con agresiones fuera de sus fronteras, consideran que, en espera de poder establecer un sistema de seguridad general, amplio y permanente, el desarme de tales naciones es esencial. Igualmente ayudarán y fomentarán todo tipo de medidas prácticas que alivien el pesado fardo de los armamentos que abruma a los pueblos pacíficos.