POESÍA

¿La poesía tiene una relación con la gobernanza mundial? En otros términos, ¿en qué la poesía puede contribuir a la política en general y a la gobernanza mundial en particular? Esta pregunta, que puede hacerse extensiva al conjunto de las producciones artísticas, puesto que según Delacroix no hay arte sin poesía, puede parecer descabellada. Sin embargo, no carece de fundamentos, al menos en lo que respecta a la poesía comprometida o al poeta-artista que se considera “en situación”, como dice Sartre.

En primer lugar, la poesía permite y da esperanza, y la esperanza lleva a la acción, sobre todo en el momento en que la humanidad anda a tientas entre los claroscuros del antiguo y del nuevo mundo. Esa esperanza tenaz, “en esas horas de somnolencia/ en las que el rostro del silencio/ se mira solo en vuestros canales”, Emile Verhaeren la expresa en Toda Flandes (Toute la Flandre):

Vuestras esquinas, vuestras grandes plazas y vuestro puerto,
Todo está mudo, aletargado;
Todo parece ir a pasos lógicos
Hacia el horizonte, donde brilla la muerte
Mas por triste y por larga que sea la decadencia,
Nuestro sueño no quiere creer
Que nunca más la bella gloria
Se arrojará de vuestros trampolines.

Un poeta tan pesimista, por no decir “decadente” como Charles Baudelaire que oye llorar “el ánimo vencido” sigue consagrado a su vocación de hacer vivir la esperanza en El viaje:

¡Si el cielo y la mar están negros como la tinta,
Nuestros corazones, a los que tú conoces, están radiantes!

La creación poética, como se sabe, parte de lo familiar, de lo ya conocido, para imaginar o encontrar lo nuevo. Trata de proponer una visión del mundo que permita observar mejor nuestro tiempo a través de la sensibilidad del poeta-artista. “Poeta es quien rompe por nosotros la costumbre. Y es así que el poeta se encuentra ligado, a pesar suyo, al acontecer histórico”1. Estamos viviendo las últimas figuras del mundo antiguo, estructurado por los marcos intelectuales y los modos de representación que heredamos del pasado. El poeta-artista propone una alternativa y hace emerger representaciones nuevas, tal como lo afirma Walt Whitman en Hojas de hierba:

No me cierren sus puertas, altivas bibliotecas,
porque lo que faltaba en sus repletos anaqueles, y que más necesitan,
yo lo traigo.
Porque recién salido de la guerra hice este libro.
Y las palabras de mi libro no son nada, pero lo es todo su corriente.
Un libro aparte, distinto a los demás, un libro que no busca seducir al intelecto,
pero que las conmoverá con la latencia oculta en cada una de sus páginas.

La poesía es eminentemente política en el sentido de que puede enriquecer el imaginario del hombre y la percepción del mundo por sus revelaciones o su anticonformismo. Precede a menudo a la gran mutación de la sociedad humana a través de las interpretaciones que el público hace de las obras de arte y de las emociones individuales capaces de transformarse en acción colectiva. Es bien sabido que los hombres y mujeres de excepción tienen una influencia en el transcurrir de la historia, aunque dicha influencia no pueda ser medida con precisión. Para el poeta estounidense Eliot Katz, que considera a la poesía como un arma de cuestionamiento del orden político, los poemas pueden, por su valor literario, “ayudar a esclarecer las conciencias, iluminar perspectivas, estimular los sueños y los deseos públicos, mejorar el clima ideológico, ayudar a los movimientos políticos o, dicho de otro modo, ayudar a modificar el paisaje social”. Es ese genio visionario que William Wordsworth evoca en El preludio o el crecimiento de la mente de un poeta:

Recuerdo bien
Que en las apariencias de la vida cotidiana
creí, en esa época, percibir claramente
un mundo nuevo, un mundo que merecía
ser comunicado, y en otros aspectos
hacerse visible.

Ese mundo nuevo con el que soñaba Víctor Hugo se resume en lo siguiente: “hacer pronunciar por la justicia la última palabra que el antiguo mundo pronunciaba por la fuerza”2. Esta forma de poesía, cualquiera sea su origen o su idioma, participa de una larga historia de la humanidad, la de la conquista de la dignidad y la justicia. Esta misión con la que el poeta es investido de manera casi congénita, Gérard de Nerval la canta abiertamente en una oda dedicada A Béranger :

Pues un poeta, sobre la tierra
Debe luchar contra la miseria
Y los odiosos detractores,
Hasta el día en que, rompiendo las cadenas,
El derecho acude a terminar sus penas
Y ubicarlo a la altura de los dioses.

La poesía es un templo de palabras cuyos pilares vivientes son los valores invisibles. Vivimos en un mundo sumergido por la visibilidad y la materialidad. Pero lo esencial, como dijo Saint-Exupéry, es invisible a los ojos: la fe, el amor, la emoción, la empatía, la lealtad, la sinceridad, la bondad, la fraternidad, la generosidad del corazón, la confianza, el perdón, el sueño, la memoria, el pensamiento y la espiritualidad son todos valores invisibles sobre los cuales deben fundarse nuestras sociedades. ¿Julien Green no ha dado ya el alerta?: “El gran pecado del mundo moderno es el rechazo de lo invisible”, lo cual termina favoreciendo los excesos del hombre moderno: la codicia, la avidez, la avaricia, la mezquindad del corazón, la mala fe, las ganas de dominar… Todo ello encuentra una parte de explicación en la extinción de los valores invisibles. Mientras olvidamos lo esencial por la urgencia, el poeta clama por la urgencia de lo esencial. “El verdadero drama del siglo, declara Saint-John Perse, radica en la separación que dejamos crecer entre el hombre temporal y el hombre intemporal. ¿El hombre iluminado en un aspecto va a oscurecerse en el otro? Y su maduración forzada, en una comunidad sin comunión, ¿no será una falsa madurez?”3. Les toca pues a los poetas presentes y futuros ser los centinelas de los valores de la humanidad, si es necesario penetrando las tinieblas y el misterio que nos habitan:

¡Poetas futuros, oradores, cantores, músicos futuros!
No me justificará este día ni responderá por mí,
Pero vosotros, de una generación nueva, pura, atlética,
continental, más grande que todas las generaciones
conocidas,
¡Despertad, pues tenéis que justificarme!
Yo no hago otra cosa que escribir una o dos palabras
indicativas para el porvenir;
No hago otra cosa que avanzar un instante, y luego me vuelvo
apresuradamente a las tinieblas.
Soy un hombre que, vagando a la ventura y sin detenerse,
os dirige una mirada casual y vuelve el rostro,
Dejando que vosotros lo analicéis y lo defináis,
Esperando de vosotros lo más importante.4

  1. Saint-John Perse, Le Discours de Stockholm. Fundación Nobel 1960.
  2. Victor Hugo, Discurso de apertura del Congreso de la Paz, 21 de agosto de 1849.
  3. Saint-John Perse, Le Discours de Stockholm. Fundación Nobel 1960.
  4. Walt Whitman, Hojas de hierba.